ImageBasta y sobra. El lector sabe ya que la tarea del historiador no va a ser nada fácil. ¿Será tarea necesaria? Tal vez sí; sencillamente porque cuando los acontecimientos culturales se convierten en «caos», ya no existe historia posible, sólo consecuencias y tal vez una lección que imprescindiblemente debió de aprenderse al día siguiente. […] Sólo resta una breve fórmula de despedida, que en pluma de un conservador de fondos antiguos a nadie sorprenderá sea la de reclamar el respeto para estos monumentos de nuestra «cultura» y de la «cultura». No debe ser nunca la voluntad política, circunstancial ni espuria, la que pueda disponer a su antojo de la vida cultural de estos tesoros de tiempos pasados.

ImageExisten limitaciones que ha impuesto el paso del tiempo o las insanias varias del hombre en esas mismas piezas, pero ellas son capaces de aguantar otro milenio. No obstante ronda el peligro de extinción con su guadaña, pues ni la precipitación, ni el oportunismo ni la miopía culturales, son buenos consejeros de los comisarios de exposiciones bibliográficas, por poner un ejemplo abundoso en los últimos lustros.

— Julián Martín Abad, «Los manuscritos vincianos de la Biblioteca Nacional», en El enredijo de mil y un diablos (Madrid : Ollero y Ramos, 2007), pp. 225-241 [235, 241] = ídem, en Leonardo da Vinci el ingeniero. Leonardo da Vinci ingeniaria (Bilbao : Fundación Escuela de Ingenieros de Bilbao/Bilboko Ingeniarien Eskola Fundazioa, 1997), pp. 30-65.

***

Imágenes: folio 1 recto del manuscrito Madrid, Universidad Complutense, Biblioteca Histórica «Marqués de Valdecilla», signatura BH MSS 4.

Actualización (22 de agosto de 2012):

Después de escribir y colgar este apunte, he mantenido una conversación epistolar con Javier del Barco del Barco, comisario de la exposición Biblias de Sefarad,  cuyo micrositio virtual enlazo en primer lugar. Las informaciones que me transmite contradicen el contenido de lo que yo expuse de forma implícita así que conviene darles la publicidad necesaria. La transparencia, como la que hace gala Javier en su rectificación de mis informaciones, es siempre una virtud que no hay que dejar de cultivar. El presupuesto total de exposición y catálogo asciende, según lo que me explica Javier del Barco, a una cifra inferior a los 115.000 € de los que 83.000 proceden de fondos públicos y 32.000 de fundaciones privadas. 72.000 € salieron de la partida que concedió el European Research Council (ERC) al proyecto INTELEG («El legado material e intelectual del judaísmo sefardí bajo-medieval: estudio interdisciplinar»), dirigido por Esperanza Alfonso Carro. En la petición de ayuda financiera que presentaron al inicio del proyecto ya figuraba la idea de montar esta exposición así que este gasto estaba asumido por el ERC desde el mismo momento en que se concedió el financiamiento global del proyecto. La Fundación Rothschild (Hanadiv) Europe ha financiado la parte principal del catálogo con 32.000 € de los 34.000 que costó en total. Por su lado, la Biblioteca Nacional de España ha contribuido con 9.000 € de sus partidas de gastos corrientes.

Peixos per l’aire

Com fórem del cel exilats…

Antoni Canals

Tots els amors que dic, han anat fent l’amor,
són ara l’amor únic. Tots els amors, les vides,
tots els noms que no he dit, ja l’amor sense nom,
gloriosament anònim, amargament anònim,
si es vol l’amor assumpte de la seua misèria,
de la seua conscient misèria, de l’incendi.
Mai no serà un plàcid record: serà una empenta,
el pubis contra el pubis, una empenta afanyosa.
L’amor s’ha fet solemne, s’ha fet un ritu greu,
una formalitat. Mire, des de l’altura
del dia i l’any aquells, adorables tossals,
cossos, noms, dies, fúria. Tota la vida, amor,
fins encontrar la forma suprema de l’amor,
oh tu que omplis els dies com un got d’aigua clara
com si abans de conéixer-nos mai hi hagués hagut dies,
com si abans de conéixer-nos no haguéssem existit.
Has obert la finestra i mires el carrer.
Des d’on escric et mire i m’agrada mirar-te.
Pares la taula; allargues el cos sobre la taula.
Des d’on escric et mire, i m’agrada mirar-te.
De costat, en el llit, traus els comptes del dia,
resols un crucigrama, i dorms, dorms llargament,
mentre et pense, t’invente, et recorde, et retorne,
omplis els meus papers com m’has omplit la vida,
amb una voluntat lluminosa de viure,
com un cànter ple d’aigua de Nàquera o de Serra
com un taronger febril de Marxuquera.

Vicent Andrés Estellés, Llibre de meravelles (València, 1971).

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Of force, untenanted, to awe mankind,
And work his purpose out with half the world…

«De tal fuerza, dejada sin reclamos, que asombro infunde,
Y logra lo que busca con la mitad del mundo…»

Robert Browning, Valence of Prince Berthold, acto iv.

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Capítulo iv : De la isla de Corfú y de lo que en ella pasamos

Viven en esta ciudad y en toda la isla muchos judíos libremente, que no son portugueses ni castellanos, como aquí piensan muchos, sino griegos e italianos. Tienen una sinagoga muy grande y bien dispuesta donde se juntan los sábados y demás fiestas de la ley vieja. Vimos allí circuncidar a un niño en casa de su padre, para lo que se juntaron más de cien judíos, y me hizo parar mientes en la poca solemnidad con que los cristianos llevan a bautizar a sus hijos que en su mayoría, salvo de que se trate de un niño de familia noble, nadie lo acompaña aparte de los padrinos o, como mucho, tres o cuatro personas. Y no es solo cosa de los judíos sino también de los moros y los turcos, que para sus circuncisiones hacen gran solemnidad. Y, por nuestros pecados, cuando llevan a alguien al bautismo, hay poca gente que vaya a dar gracias al Señor porque haya un cristiano más en el mundo.

Viendo mi compañero […] como está dicho, que iban juntos tantos judíos […] me pidió si podíamos ir con ellos en caso de que nos dejaran. Les preguntamos ambos si nos querrían dejar ir a ver ese acto. Con alegría nos respondieron que muy contentos quedarían y que si no habíamos visto otro acto semejante, bien haríamos de verlo. Y así fuimos con ellos hasta la casa del padre del niño que había de ser circuncidado, la cual encontramos llena de hombres y mujeres, juntados para celebrar la fiesta y nos recibieron ellos y ellas con tanto amor y caridad, como si nos conociéramos de mucho tiempo atrás. No dejo aquí escrito el modo en que tuvo lugar aquella circuncisión, ni las ceremonias que en ella se usaron, tanto por haber sido reprobadas y repudiadas de Dios, nuestro Señor, después de que por Su divina misericordia tuvo a bien darnos la ley de la gracia, fuera de la cual no hay salvación, como por no dar motivo a algunos judíos de nuestro tiempo, que curiosos u obstinados en su perfidia querrán saber lo que no les corresponde. Mas no dejaré de mencionar el mucho candor con que muchas judías jóvenes, delante de sus padres y madres, se nos acercaban, viendo con mucha atención lo que hacía el rabino cuando circuncidaba al niño, que nos daba lástima verle como lloraba. Acabada la fiesta, nos preguntaron los judíos qué nos había parecido. A lo que respondimos que la circuncisión, en la ley vieja, había sido santa y como tal dada por Dios pero que hoy en día nos parecía ceremonia de gente ciega, pérfida y obstinada. Y aunque se lo dijimos con tan clara franqueza, no dejaron por eso de tener con nosotros cuidados y atenciones y hacernos muchos ofrecimientos, con los que nos despedimos de ellos con el propósito de no volver a encontrarnos presentes nunca más en otro acto parecido.

¶ Fray Pantaleão de Aveiro, Itinerario da Terra Sancta e suas particularidades (Lisboa : em casa de Simão Lopez, 1593), f. 8 (lado recto y verso) y 9 (lado recto).

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Publicaba Carlos Carrete Parrondo [Hebraístas judeoconversos en la Universidad de Salamanca (siglos xv-xvi); lección inaugural del curso académico 1983-1984 (Salamanca : Universidad Pontificia] (1983) [pág. 18] que:

Y Alonso de Zamora, quien en ningún momento de su vida fue denunciado al Santo Oficio de la Inquisición por cualquier sospecha de heterodoxia, guardó, también en esta ocasión, una actitud silenciosa, prudente, contemplando –y sintiendo en profundidad– a un grupo social hostil, poderoso, al que tenía que aceptar, pero con quien no podía compartir sus proyectos esencialmente humanistas.

Lo de los «proyectos humanistas» me lo creí y me lo sigo creyendo, más por falta de una descripción más ajustada que por convencimiento absoluto. Y lo del Alfonso libre de toda sospecha y discreto pero ajeno observador de las escabechinas inquisitoriales en la Castilla presuntamente triunfal del siglo xvi, también me lo había creído por las mismas razones: por falta de otras hipótesis más ajustadas que arriesgar. Hasta ahora.

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מילדותי אהבתני \ יום וליל לא עזבתני \ עתה למפריע שמתני \ בין עמים חוסה נא

Desde que era niño me has querido, sin dejarme ni de día ni de noche.
Ahora en duelo y en quebranto me dejas en medio de las naciones.
Y yo te ruego piedad.

Poema litúrgico (piyyut) para la Pascua judía, de Asher Mizrahi [אשר מזרחי] (compuesto seguramente en Túnez según la tradición sefardí de Alepo, siglo xx).

***

La bibliografía que llaman científica sobre Alfonso de Zamora no es muy extensa pero sí prolija (en la primera acepción de doña María Moliner) aunque parezca concisa. Resulta, eso sí, casi siempre entretenida. Yo tengo mis preferencias. Por ejemplo, los artículos que ha ido publicando (y los que está preparando) Carlos Alonso Fontela. Si no echo nada en el olvido, y espero que no, serían los siguientes: «Anotaciones de Alfonso de Zamora en un Comentario a los Profetas Posteriores de Don Isaac Abravanel» (1987), «Censura en el Targum al «Cantar de los Cantares» de la Biblia Políglota de Amberes» (1991) «Una breve nota marginal de Alfonso de Zamora sobre lahpor perôt (Is 2, 20)» (1992) «Prólogo arameo y anotaciones hebreas de Alfonso de Zamora para una copia manuscrita del Targum a los Profetas encargada por la Universidad de Salamanca» (2009) y los borradores que generosamente ha puesto ahora a disposición del público curioso: «Notas varias de Alfonso de Zamora (Profesor de lengua hebrea del s. xvi)» (primera, segunda, tercera, cuarta y quinta entrega) y «Paremias de Alfonso de Zamora». (Una de las pocas cosas que tengo por cierta es que no creo que pueda llegar a agradecerle a Carlos como se merece su generosidad repetida. Y no es una certeza que me deje particularmente satisfecho. )

Como les explicaba, hay algo más de bibliografía zamoresca (que es el adjetivo que corresponde a lo propio de Alfonso de Zamora, invención feliz de la llorada Sophie). Dos tesis, por ejemplo. La primera, defendida en 1944, respira una placidez intelectual que hay quien aún añora, hecha de certezas, disciplina y vasallaje, pero con mucho rigor filológico. He querido buscar desde hace tiempo en qué podía simpatizar con este esfuerzo de posguerra civil y de guerra europea; nunca he dejado de fracasar en ese empeño.

Luego hay otra tesis, reciente, ejemplo de muchas cosas. Por ejemplo, de la soportable levedad de la labor que llaman intelectual y que hay quien quiere certificar con tesis, tesinas, artículos, monografías, ponencias (péipers los llaman ahora, en español, en algunos invernaderos de las ciencias, grandes productores de tomates lustrosos, bien financiados e insípidos, individualmente tan rentables como socialmente exangües). Son pasaportes profesionales (los péipers, las monografías, los artículos, las tesinas y las tesis, no los tomates) contra los que no diré nunca nada. Hay quien también hace ganapán, con que dar de comer a sus hijos, del tarot y la cartomancia. Y hay otras supersticiones de réditos generosos que hacen mucho más daño al cuerpo social: los mercados de valores, si tuviera que pensar en una a bote pronto. O los artículos sobre historia de Serafín Fanjul, César Vidal Manzanares o Pío Moa en la prensa virtualmente diaria. Seguramente ejemplos no falten más allá de ambos tipos de productos financieros, hijos pródigos de la especulación en valores.

Pero hoy quería hablarles (brevemente) de dos talentos que considero desaprovechados para quehaceres más dignos de sus afanes (ya decía Amparo Alba Cecilia el otro día por otro lado que la hebraística debía seguir siendo una opción felizmente minoritaria). Uno podría haber alumbrado la vida espiritual de nuestro tiempo si hubiera seguido el destino al que su preparación y sus dotes lo llevaban: la filosofía orteguiana. O la redacción de literatura a lo Azorín (última época). El otro, en mi opinión de suburbio, habría hecho un papel de dignísimo lustre en las páginas de opinión de un diario local o comarcal, o en las de cultura. Con mucha indignación de la de santa cruzada. Furibunda, muy furibunda. Y atropellada, no fueran a estorbarle los detalles.

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To give away yourself keeps yourself still;
And you must live, drawn by your own sweet skill

***

Con razón me decía Abú Maadnús el otro día en otro lado –y creo que no se equivoca; nunca he visto que se equivoque ni aun cuando yerra– que por qué me tenía que fiar yo de lo que contaran los conversos a propósito de su vida. Tiene razón: es un espejismo futil para un cierto tipo de investigación histórica (la esperanzadora). Ahora, esos mismos relatos de la vida que de sí mismos dan los conversos pueden propiciar otro tipo de investigación histórica, menos comprometida, quizá menos fructífera (la resignada). Así me ocurre cuando me pongo a volver a pensar la historia de la vida de Alfonso de Zamora, que debió de nacer hacia 1474 o 1475 o 1476 en la misma ciudad de Zamora o no muy lejos y murió, más tarde de agosto de 1545, más que probablemente en la ciudad de Alcalá de Henares. Ingenuo de mí, cuando me puse con estas historias (con las de Alfonso y con las de sus contemporáneos) me llamó la atención el baile de las fechas y de los nombres. Quizá, solo quizá, Alfonso de Zamora se llamó también Alfonso de Arcos y Alfonso de León.

Y quizá, solo quizá (al fin y al cabo, es él mismo quien nos lo dice; ¿y quién es él para asegurarnos nada?) fue hijo del «sabio Juan de Zamora, llamado «Bivel» [בִּיבֵל]». Este Bivel me tiene distraído desde hace tiempo: con lo que parece el sufijo (ese /-el/) del final, con lo que quizá (solo quizá) sea un «Vivas» (¿o un Vives?) al principio. No he encontrado ningún otro Bivel (si solo fuera eso lo que no he encontrado…) Como profeso la rama resignada de la investigación histórica, solo puedo decir que no sé si he buscado bien. En Alcalá, alrededor de los años en que ejerció Alfonso de regente de la cátedra de hebreo, estuvo un Juan Simón Bibel («Colegial, por mandato de Cisneros, en 4 de marzo de 1515. Comprendido en las nóminas de 1516-1517 á 1518-1519, con un salario de 21.200 maravedís, precisándose en la última que era «cathredático de philosophia», tercer año de Artes»). Si fue este Juan (Simón) Bibel el Juan de Zamora que dio nombre al (bachiller) Juan de Zamora, hijo quizá (quizá, solo quizá) primogénito de Alfonso de Zamora, no puedo decirlo. Ni desmentirlo: quizá sea este el punto máximo que debe atañer a quien se confiesa fiel de la confesión resignada, en lo que a historia se refiere.

No sé. Si alguna cosa debiera saber (y ni esa sé) sería si este Juan de Zamora, quizá Juan Simón Bibel de Alcalá, fue quien le transmitió sus saberes. O quizá fueran los hombres de la imprenta hebrea de Zamora. O quizá fuera Juan de Zamora, o Juan Simón Bibel de Zamora de Alcalá, uno de esos hombres de la imprenta de Zamora («doctissima officina»).

No sé. Quisiera saberlo. Si Juan, Alfonso y Alonso de Zamora son pseudónimos. Si en la entrega de años a unos saberes (a unas disciplinas, a los remiendos íntimos de una tradición) podrían haber recitado esos versos que hablan de un cierto orgullo de hacer y al hacer, conseguir serse:

To give away yourself keeps yourself still;
And you must live, drawn by your own sweet skill.

Que otro pseudónimo tradujo como:

La entrega de ti mismo te conserva a ti mismo;
vivirás retratado por tu propia pericia.

Es un magro consuelo para los que en nada somos peritos:

Si las cosas que uno quiere
se pudieran alcanzar,
tú me quisieras los mismo
que veinte años atrás.

Que es, más o menos, lo que hoy venía a contarles sin poder decir que saber, sepa nada. Bueno, sí, un par de cosas: que Sílvia Pérez Cruz y Càstor Pérez eran hija y padre. Y que España, cuando me paro a pensar en ella, es un país de viejos jugando a las cartas en un bar, por la mañana. Y que de las muchas cosas que no sé es si una escena así (un bolero, una guitarra, una voz, unos viejos jugando a las cartas por la mañana) les serían familiares a Juan y Alfonso de Zamora, padre e hijo. Pero quizá (sólo quizá) la herencia de un saber, que es un arte (un idioma, unos libros, unas letras que escriben idiomas y componen libros; una guitarra, una voz, unos aplausos de viejos jugando a las cartas) sea lo más parecido a lo que queda cuando dejamos de estar por este mundo y empezamos a no saber ya para siempre, sin mirar atrás y sin rodeos. Quizá, sólo quizá.

(Mi padre era, más o menos, impresor. Esa fue una de las cosas que primero sorprendió y luego le hizo interesarse por un servidor de ustedes a Risa [ריסה]: cómo diantre sabía yo que «imprenta» era דפוס (/dfus/) en hebreo. Al parecer, los hebraístas cristianos viejos no suelen aprender esas cosas ni en cuarto de licenciatura ni mucho después. O eso es lo que ella creía.)

If e’er these precepts quelled the passions’ strife,
If e’er they smoothed the rugged walks of life,
If e’er they pointed forth the blissful way
That guides the spirit to eternal day (…)

Si por tal mandamiento se venciera el bregar por pasiones,
si allanar pudiera el áspero sendero de la vida,
si señalara la beata ruta que conduce
el espíritu al día que es eterno […]

W. Wordsworth, «Written as a school exercise at Hawkshead, anno aetatis 14»
(‘Escrito a guisa de ejercicio escolar en Hawkshead, anno aetatis 14’).

***

El recuerdo dista, por lo menos, once años del presente. Nunca se me habría ocurrido que podría aliarse en la memoria con otro recuerdo que ya tiene nueve años y medio. Este segundo recuerdo se fundamenta en una vivencia de septiembre de 2001, concretamente del día 11 de ese mes y de ese año, en la carretera que lleva de Susa (سوسة) a Hammam Susa (حمّام سوسة). T. y O. aún deben acordarse: único trujamán de aquella expedición, salí del taxi que nos llevó al hotel convencido de que la historia que nos había contado el taxista con su francés de apaño y con mi árabe de risa era el trasunto de Mars attacks!, que por alguna razón (lo mismo era que la habían echado hacía poco por la tele) nuestro taxista tunecino tenía fresca en la memoria. Aviones (¡cabum!), torres (¡patapum!), bombas (¡parracatapum!). Luego llegamos al hotel. El personal y los huéspedes estaban congregados frente a la tele en el bar, con botellas de Celtia (سلتيا). Vinieron a continuación las llamadas, casi siempre histéricas, el cierre del espacio aéreo, la sensación de entrar en la Cuarta Guerra Mundial sin pasar por la Tercera, la tranquilidad de las calles de Túnez, la salida en avión según teníamos previsto y sin mayor contratiempo y la vuelta a ese país que quizá nos acogió o al que nosotros cogimos sin saber muy bien lo que hacíamos en octubre (¿o noviembre?) de ese mismo año. Pero eso ya es otra historia, sin mucho interés y aún menos para contarla aquí.

El primer recuerdo, que nunca se me habría ocurrido ligar con el que acabo de rememorar, no puede ser más antiguo que del último trimestre de 1999 ni más reciente que de los dos primeros de 2000. Estudiar en Cambridge sirvió para muchas cosas; también para ensayar mis primeros intentos de intentar mantener el nivel ascendente de fluidez en lengua hebrea que había conseguido hasta entonces y que a partir de ese momento declinó (nunca falta, por regla general, momento para olvidar lo que hemos aprendido). Además ese año de Cambridge me aclaró que el absentismo escolar es un fenómeno de general complacencia del cuerpo estudiantil, también en las universidades de élite. Para mantener el hebreo yo intentaba hacer varias cosas: acudir, por ejemplo, a las prácticas de hebreo hablado de Rachel (רחל). Conmigo venía E. y, en cumplimiento de la norma implícita en cualquier nivel educativo de que el primer impulso de un estudiante es faltar a clase, debían frecuentar ese curso dos personas más, que no solían venir, lo que propició mi reflexión de que el absentismo es un universal del conocimiento.

Aunque yo recuerdo esas clases con cariño, porque el cariño es un sentimiento autónomo y una nostalgia felizmente disociados de cualquier eficacia, las clases no dieron para mucho porque, como es norma, enseñar y aprender son operaciones del intelecto relacionadas pero independientes. En esas clases concurrían dos circunstancias poco halagüeñas para el progreso del aprendizaje: unos dotes pedagógicas y de planificación que no pasaron nunca de discretas por parte de la docente y unas dotes para el hebreo y el aprendizaje de idiomas que no pasaron nunca de animosas, sin más, por parte de los discentes (E. y un servidor).

Las clases se articulaban a menudo como debates y, puesto que los únicos habituales éramos E. y quien suscribe, la animada conversación en hebreo balbuciente se conformaba según lo que diéramos de sí mi interlocutora y yo. Daba para poco, en consecuencia, porque nuestra lengua hebrea no andaba precisamente muy suelta (y la mía, huelga decirlo, sigue igual de alicorta).

Quizá convenga dar ahora un retrato somero de E.: estudiante con mucho brillo en instituciones de postín del lado americano del Atlántico, había venido a Cambridge en condición parecida a la mía –becaria– pero con un par de decenas de miles de dólares más que yo. Viajera impenitente, tenía las paredes del apartamento que ocupaba en un palacete del centro de Cambridge (diferente en todo del Wolfson Court donde acabé viviendo) decoradas con momentos de E. y de su familia en los cuatro puntos cardinales de la tierra. Fue siempre una compañera risueña, alegre, concienzuda y tenaz. Casi me atrevería a resumir su personalidad con un tópico: «americana». No debería, sin embargo, refugiarme en ese tópico para completar mi retrato. Tuvo el detalle de invitarme a su boda en Nueva York, siendo como era el lugar de su boda «Nueva York» visto desde Móstoles (como Móstoles es Móstoles Madrid visto desde fuera de Madrid; es decir, desde casi todos los sitios) pero un suburbio de Nueva Jersey poblado de clase altísima (futuro marido abogado internacional; suegro juez de un tribunal federal) si se lo contemplaba desde donde hay que contemplar las cosas: lo más cerca posible siempre. No pude ir (vamos, que no tenía con qué) pero invitado quedé. Después de Cambridge empezó una carrera muy exitosa de novelista. No he leído ninguna de esas novelas, sin razón que justifique mi falta de atención: a veces la vida concurre en provocar estos deslices. Además, hablan de judíos y de mundos perdidos, que es algo muy parecido a mi vocación y mi querencia. He visto sus libros expuestos en escaparates de librerías en francés en París, en italiano en Roma y en español en Madrid. Esta ha acabado siendo la E. que yo conocí hace ahora más de una década en Cambridge.

Por ella me puse con Wordsworth. Sin que ahora consiga acordarme de con qué poeta hebreo moderno lo comparaba, trufó una de las clases de Literatura Hebrea Moderna que compartíamos y que impartía Risa (ריסה) con referencias a ese poeta inglés del que yo no tenía ni idea. No acabé teniendo mucha idea de Wordsworth, como por otra parte de casi nada, pero agradezco a E. que me empujara a intentar ponerme al día con el canon literario en inglés, una enseñanza que ella ignora y de la que yo, irremediablemente, he acabado sacando el mismo aprendizaje discreto que de todo lo demás.

(más…)

Lo decía esta mañana José Luis Gómez en la casa misma donde descansan, mimados, no pocos libros de Alfonso de Zamora:

La pericia de la técnica es más que honradez; es un sentimiento, no enteramente utilitario, que abarca la honradez, la gracia y la regla y que podría llamarse el honor del trabajo. Está compuesto de tradición acumulada, lo mantiene vivo el orgullo individual, lo hace exacto la opinión profesional y, como a las artes más nobles, lo estimula y sostiene el elogio competente.

Hay un tipo de eficiencia, sin fisuras prácticamente, que puede alcanzarse de modo natural en la lucha por el sustento. Pero hay algo más allá, un punto más alto, un sutil e inconfundible toque de amor y orgullo que va más allá de la mera pericia; casi una inspiración que confiere a toda obra ese acabado que es casi arte, que es el arte.

Y Gómez citaba a Conrad, que hablaba de los constructores de barcos:

Such skill, the skill of technique, is more than honesty; it is something wider, embracing honesty and grace and rule in an elevated and clear sentiment, not altogether utilitarian, which may be called the honour of labour.  It is made up of accumulated tradition, kept alive by individual pride, rendered exact by professional opinion, and, like the higher arts, it spurred on and sustained by discriminating praise.

This is why the attainment of proficiency, the pushing of your skill with attention to the most delicate shades of excellence, is a matter of vital concern.  Efficiency of a practically flawless kind may be reached naturally in the struggle for bread.  But there is something beyond—a higher point, a subtle and unmistakable touch of love and pride beyond mere skill; almost an inspiration which gives to all work that finish which is almost art—which is art.

Y me he acordado, por no entretenerles mucho, una discusión que dejamos pendiente sobre la eficacia y el cariño.

No, yo aún no he vuelto del todo pero ya nos va quedando menos.

Muchacha muerta que en la fotografía
levantas dulcemente tu rostro hacia el cielo
muchacho muerto que pones tu oído en la tierra
como si sólo escuchases música:
estáis, en realidad, durmiendo, durmiendo.
No turbéis más su sueño.
No turbéis más sus sueños.
Y si lo hacéis, que sea
sólo para depositar como una ofrenda,
en sus manos cercanas y distantes, imposibles,
la verdad

Antonio Colinas, «11 de marzo de 2004», Desiertos de la luz (2008).

«Soy marroquí…»


Cada uno tendrá sus razones. Yo tengo dos. Una, la enorme patera varada en la playa de Bolonia, frente a las luces de Tánger. La otra, habla en el video del minuto 1.20 al 1.54. Razones no faltan, en ningún sitio.

Los subtítulos al español se activan apretando en «CC», en la barra inferior de la pantalla del video.

Mi querido Bataillon: Su admirable carta, en verdad fraternal, exigía darle gracias enseguida, por la Western Union, nuestro telégrafo. En el caso suyo, y en muy, muy pocos más, lo decisivo para mí es la amistad, no la coincidencia mayor o menor de nuestras ideas. La naturaleza de mi problema (ligado a desventuras de amplio radio) implica choques, no precisamente por mi combatividad, sino por la misma índole del tema –la vida propia, ensanchada en la colectiva en cuyo ámbito tuvo uno la suerte o la desdicha de nacer–. Hasta ahora el tema español fue tratado «culturalmente», como algo que está ahí. Al encontrarme el motivo de tal situación, no tuve más remedio que alarmar a la gente, como si se tratara de una epidemia cuya causa antes se desconocía. […] En España pasan de bostezar indolentemente a dar alaridos. […] Su carta es de una generosidad y de una amplitud de alma más que bienvenidas. […] Pero toda su carta de Ud. rebosa bondad clara e inteligente, ¡y alentadora!

¶ Carta de Américo Castro a Marcel Bataillon, 29 de noviembre de 1967, citada en J. I. Pulido Serrano, «Américo Castro y Marcel Bataillon: Medio siglo de amistad en torno a la Historia de España» (2009).

Even the most personal documents reflect the life of Casaubon’s mind, a life consumed in reading and interpretation. Pattison rightly saw that writing letters, for Casaubon, was profound moral and spiritual enterprise. In agony of his deathbed, he still found the strength to keep up his correspondence, if more slowly than he liked, in lucid, correct Latin, and he still insisted that formal letter-writing held the larger Republic of Letters together. Correspondents of similar tastes and minds, he believed, could forge links stronger than those  that connected members of the same church.

Aun en los documentos de índole más personal se refleja lo vivido por la mente de Casaubon, una vida pasada en leer e interpretar. [Mark] Pattison acertó al decir que escribir cartas suponía, para Casaubon, un ejercicio de profundo contenido moral y espiritual. Agonizando en su lecho de muerte, aún encontró la fuerza para seguir con su correspondencia, más lento de lo que hubiera querido, en un latín lúcido y correcto, e insistió en que la escritura epistolar atenta a una norma conseguía unir la República de las Letras. Creía que remitentes y destinatarios de gustos y opiniones similares podían trabar vínculos de mayor fortaleza que los que unían a los miembros de una misma iglesia.

¶ A. Grafton y J. Weinberg, «I have always loved the Holy Tongue»: Isaac Casaubon, the Jews, and a forgotten chapter in Renaissance scholarship (Cambridge, MA: The Belknap Press of Harvard University Press, 2011), págs. 18 y 19.

No, no he vuelto. Es solo que pasaba por aquí.

«Veo un monte grande de muchos viejos zapatos,
suelas e paños rotos e viejos hatos,
e veo las tus manos llenas de garabatos:
dellos están colgadas muchas gatas e gatos».

***

Mi viaje al hebreo (y al árabe) empezó por el catalán. Creo que en catalán fue la primera vez en que fui consciente de la xenofobia, pasiva en primer lugar y, algún tiempo después, activa. Aunque es una historia que me queda por contar, y que contaré, al principio se me suponía que el interés por Alfonso de Zamora se me tenía que fundamentar en su gramática. Y la gramática es una ciencia fundamentalmente necrófila, amante morbosa de ese sueño de la razón convertido en monstruo que es la normativa. En lo que afecta al hebreo, la gramática es como una segunda piel adherida a tres mil y pico años de tradición. La tradición, claro está, es mucho más antigua que la gramática pero una forma pertinaz de aherrojar el mundo entre hebraístas, hebreos o no de nación, es ponerle puertas al campo. Quizá Alfonso de Zamora fuera también un necrófilo, puesto que no cabe ninguna duda de que fue, sobre todo, un gramático, pero, nacido en el campo como era, tuvo problemas para cerrarle las puertas y estabular al onagro del idioma. Les pondré un ejemplo que entenderán pocos, me temo. Si a uno le enseñan hebreo es más bien improbable que le avecen en una sutileza que yo aprendí, sin embargo, desde el principio de lo que me enseñaron en hebreo (la enseñanza que me impartieron en hebreo fue muy sutil). Una de los signos vocálicos (תנועות, movimientos, en realidad, igual que se dice en árabe) de los que se sirve el hebreo es la nada, al parecer. Suele llamarse shevá (aunque es más que probable que Alfonso lo pronunciara algo así como seuá). Es, ya les digo, la nada (y así se lo enseñan a uno). En inglés, que ha sido desde hace cuatrocientos años una lengua de lo más bíblica, sirve para indicar la vocal que suele llamarse neutra (que existe también en catalán, pero no en el catalán que yo aprendí). Como a falta de pan buenas son tortas y el que tiene hambre con panes sueña, los gramáticos encargados de enseñar el hebreo suelen fijarse en lo que dicen al respecto otros gramáticos, revestidos de autoridad sobrevenida por dos hechos incontrovertibles: están muertos y enterrados desde hace siglos y fueron gente de suyo sistemática. Por supuesto, esas gramáticas solo fueron un remedo de la tradición, fundamentalmente de lectura en el caso que nos ocupa, no la tradición misma (la tradición tiende, por sistema, a no ser sistemática; en este aspecto se parecen, la tradición y la vida). Y, mucho menos que la tradición misma, la gramática no es la lengua que con un espejismo de siglos quiere hacernos llegar amorosamente esa tradición que sistematizaron las gramáticas. Según los gramáticos que pueblan los predios estabulados del hebreo, sus sistemáticos, muertos y enterrados antecesores de los que todos deberíamos aprender fueron la familia que ellos suelen llamar Kimhi y que yo me permito llamar Qamhí. En mi caso, yo sigo la tradición que me interesa: la de Alfonso de Zamora. Según estos Qamhí, granadinos de origen y provenzales de avecindamiento por ineludible circunstancia de su exilio, ese shevá o seuá fantasmagórico debería pronunciarse /e/ siempre que se le suponga alguna existencia brevísima a la nada vocálica que en sí mismo sería el shevá o seuá. Así, ביד («en mano», «por mano») sería /beyad/. ביום («en día», «en el día [de]») sería /beyom/. De esta y no de otra manera me enseñaron a mí que tenía que leerlo (puesto que de leer, que no de hablar, iba la cosa).

Muchos años después de esta enseñanza y de este aprendizaje, llegué a Alfonso de Zamora y a su gramática hebrea de 1526, las Introductiones artis grammatice hebraice nunc recenter edite. En su folio B (página 13), Alfonso nos salta, sin previo aviso:

Dicen además los judíos que el seuá se pronuncia en ocasiones como la vocal i o a, si resulta que al seuá le sigue inmediatamente una yod con cualquier otro punto vocal, por lo que se pronuncia como la vocal i: ביד biiad, «en la mano», y ביום biion, «en el día».

En este brevísimo pasaje hay dos menudencias (¿podría hablarse de un «pasaje seuá» siguiendo la definición de seuá como «vocal de duración doblemente breve» y, por tanto, impronunciable? –porque la primera condición de un profesor gramatical de hebreo es no pronunciar el hebreo, salvo arrimándolo a su castellano, si tal fuera su lengua primera–). La primera menudencia, claro está, es que Alfonso le lleva la contraria a los Qamhí y a toda la tradición presuntamente sefardí que los gramáticos del hebreo nos han repetido desde que los Qamhí escribieran sus obras, en la Provenza de los siglos xii y xiii: lo que es /biyad/ y /biyom/ tendría que ser /beyad/ y /beyom/, claro. Y, para colmo de insubordinación (y esta es la segunda menudencia), en la página impresa no sale /biyom/ sino /biyon/, con ene. ¿Será que al carácter impreso le faltan el hombro y la pierna (o cola) que, por el margen derecho, distinguen una <m> de una <n>? ¿O será que el castellano materno de Alfonso se aliaba con el arameo en la aversión fonológica por las emes finales? De esto último no podemos saber nada: aunque la coma no suele ir precedida de un espacio en este impreso de Alfonso, en la misma página donde sale este pasaje hay alguna ocasión en que la coma sí está precedida de un espacio. Así pues, el componedor (¿Rodrigo de la Torre?; Alfonso tiene el detalle de presentárnoslo y de elogiárnoslo al final de la gramática), ¿sería un hebreo converso arameizante? ¿O pronunciarían así los judíos sefardíes de antes de 1492, en Zamora o Alcalá?

Por el impresor Rodrigo de la Torre, artesano recto y fiel, entendido en el arte de corregir las letras e imprimirlas más que cualquiera de los que se hallan en el reino de España.

Tradujo el mismo breve pasaje Federico Pérez Castro entre 1944 y 1950:

Por mano de nuestro impresor Rodrigo de la Torre, artesano recto y acreditado, y conocedor del oficio, fueron compuestas las letras; y sus tipos fueron lo mejor de todo lo que se encontró en el reino de España.

Es precisamente la traducción otro de esos aspectos de ponerse a investigar sobre Alfonso de Zamora que no se me suponían al principio pero que ha acabado siendo una dedicación principal ahora que, espero, se acerca el final de esta contienda con el silencio acumulado de los siglos y la dislexia consuetudinaria de varias generaciones de intérpretes.

Si gustara de las metáforas más de la cuenta, quizá diría que la traducción es una amante traicionera. En realidad, por seguir por la misma senda equívoca de las metáforas, suele ocurrir como con las amantes: el problema suele ser provenir de la impericia de la segunda parte contratante más que de la naturaleza casquivana de la primera parte contratante del festejo amoroso, la traducción en el caso que nos ocupa. Un caso curioso, estrictamente personal (una trivialidad, una menudencia, un detalle nimio) me ocurre a mí desde hace tiempo con una canción, probablemente menor, epigonal, trivial, metafóricamente banal –qué duda cabe– de Joan Manuel Serrat. Vaya usted a saber por qué (quizá porque junto con la xenofobia, aprender catalán supuso iniciarse en la xenofilia) siempre me ha resultado uno de esos apoyos que uno necesita para ir viviendo la vida, sin eficacia pero con cariño. El otro día, por circunstancias de importancia vital que ahora no vienen al caso, me vi en el brete de tener que traducir la canción de la que hablamos, del catalán original a mi español de nacimiento. «Lenguas próximas», suelen llamarlas. Lo que es verdad. Todas las lenguas son la misma lengua, y siempre ha sido así y siempre lo será, como sabemos desde que un suizo ginebrino lo enunciara en la misma institución parisina, la Escuela Práctica de Altos Estudios, a la que yo llegué hará cinco años y pico, sin saber dos cosas hoy de vital (de nuevo) importancia: que no muy lejos de esa casa de estudios enfáticos proseguían su vida, discretos para mi percepción distraída, dos personas fundamentales ahora en mi vida, Alfonso de Zamora (en forma de apéndice incorrupto y manuscrito en la Biblioteca Nacional de Francia) y N. El orden es cronológico, por su aparición (no, no llegué a París para tratar de Alfonso ni para tratar a N.) que no por su relevancia. La cronología es, en ocasiones, tan precisa como falaz.

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Es la premunición de Sergent [sic] […] que confiere al individuo un estado crónico durante el cual puede llevar el germen de la infección, sin que él mismo sufra los brotes de la reinfección… [¿sic?] pero este germen toma definitivamente su asiento […] e intoxica constante y lentamente todos los humores orgánicos con los productos de su catabolismo […]. Como resultado final de este ataque permanente sobreviene, cuando no la muerte, la destrucción somática y psíquica del individuo y, a la larga, de la raza.

Ha sido leer la noticia en El País y no poder evitar pensar en un clásico: «¡En este local se juega!». Y no sería porque no lo hubieran dicho ya, con sonata y rondó, al alcance de todo el mundo. Yo, por mi parte, solo puedo felicitarme por el centenario de la Junta de Ampliación de Estudios y expresar mi curiosidad cívica no tanto por de dónde venimos, que eso tiene pinta ya de irremediable, sino hacia dónde vamos. Semanada clara y buena.

What we should seek in cross-cultural education are less bridges than a deep understanding of the boundaries. We can teach the boundary, we cannot teach the bridge.

Lo que se ha de buscar en la educación transcultural ha de centrarse más en una comprensión profunda de las fronteras que en fijar los puentes. Podemos enseñar la frontera, no los puentes.

Claire Kramsch, Context and Culture in Language Teaching, Oxford, OUP, 1993, pág. 228.

 

Lo primero que te cumple,
es buscar para tu vida,
arte, y orden, y medida.

Alfonso de Zamora, Loor de virtudes nuevamente impresso (1525)

***

Presumes que eres la ciencia,
yo no lo comprendo así,
porque si la ciencia fueras
me hubieras comprendí[d]o a mí,
porque siendo tú la ciencia
no me has comprendí[d]o a mí.

Sale el sol y dame da en el cristal,
y cuando no quebranta el vidrio,
¡ay! ¿Qué es lo que va a quebrantar?

Los pajarillos y yo
nos levantamos a un tiempo;
ellos le cantan al alba
y yo alegro mi sentimiento.

¿Pa[ra] qué tanto llover?
Mis ojitos tengo secos
de sembrar y no coger,
con tus flores soñaré.
Son tus manjares secretos
los que me hacen recordar
de qué color son los sueños.

«Soleá de la ciencia», del disco Sueña La Alhambra de Enrique Morente (2005) con Tomatito a la guitarra.

A las tres hijas las casé pronto. […] Cuando dos se divorciaron y quisieron volver, les dijimos: «Hijitas, aquí no caben. Y, menos, con las criaturas». Y se acomodaron en algún lugar y, si nos descuidamos, nos visitan los domingos (aunque amor sí les tenemos). No, el problema son los muchachos. […] Un día, el que estudió en la universidad nos salió con que pusiéramos para el orgasmo feliz sin consecuencias demográficas. ¡¿Y nosotros de dónde y por qué?!

Una nota mínima: rebuscando al hilo de una cosa que ahora no viene al caso –ustedes me disculparán–, me he dado de bruces con una de esas reseñas que un ciudadano notable de ambos hemisferios, Juan Miguel Lope Blanch, escribió para la Nueva Revista de Filología Española mexicana. Decía Lope Blanch al hilo de los Hebraísmos españoles de José Winiecki (México: Imprenta Universitaria, 1959):

No se sabe qué admirar más: el entusiasmo con que ha sido concebido este libro o el desconocimiento absoluto del asunto tratado.

A mí me sobreviene a menudo este mismo sentimiento de admiración al tener que desbrozar malezas perdidas para la biosfera y ganadas para la imprenta que tratan sobre Alfonso de Zamora.

Confieso que Lope Blanch es un tipo que quizá podría haberme caído bien y este sentimiento, aunque se dice poco, es quizá uno de los principales acicates para seguir en la brecha, esas brechas que en la vida profesional de cualquier tipo suelen degenerar hacia un barranco sin suelo. Obviamente, nunca conoceré a Lope Blanch (tampoco al abuelito Alberto o a mi abuela Florentina, circunstancias estas dos últimas que, perdonen que se los diga, me hieren más íntimamente que no poder ya conocer a Lope Blanch). De verdad pienso que es importante esto de sospechar la bonhomía y que (como si fuéramos eruditos de otros siglos de los que Grafton afirma que tenían por elemental cortesía demostrar el aprecio por sus colegas respondiendo en no más de siete días las cartas que les llegaban) la vida por correspondencia es una parte nada menor de los placeres de la vida diaria. Yo, por ejemplo, sospechaba que me iban a caer bien ya de antemano Abú Maadnús (y mira que le rondó la morena hasta substanciar la visita) o Marieta, la de Castelló[n] de la Roma (luego Marieta vino con estrambote o torna, pero eso es otro caso y lo contaré, tal vez, otro día). Sospecho, por ejemplo, que un tipo en Murcia y otro en Valencia (aunque suele citarse como de la Safor) me caerían bien. Ignoro si algún día podré substanciar esas correspondencias en una forma menos etérea. No es que sean los únicos, claro está. Supongo, por ejemplo (bueno, estoy casi seguro) que me habría caído muy bien Carlos Monsiváis. Pero ya tampoco podré hacerlo. Hay quien no lamenta en absoluto no haber conocido a Carlos Monsiváis. La intelectualidad española, por ejemplo, si admitimos que la intelectualidad española es un intelectual colectivo. El diario El País, concretamente. Es, sin duda, una afirmación discutible pero creo que argüible pese a todo. O eso quieren hacernos creer (y ya va para más de treinta años).

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Ayer caí en la cuenta de que tenía que haberle hecho notar una cosa a Abú Maadnús cuando estuvo por Madrid este verano (quizá será para la próxima vez). Yo mismo la había olvidado y ayer me la hizo ver Carlos A. Pintos en la «sala de investigadores» de Valdecilla. El manuscrito que ahora lleva por signatura la número 5 de la colección complutense, la traducción latina del targum al Libro de Ester, tiene una raja de un tamaño notable, restaurada (aunque visible, porque la restauración es, como suele ocurrir en Valdecilla, buena) en el cuerpo del texto pero perfectamente distinguible en la encuadernación (¿original?). Este manuscrito es, de los que quedan hechos por Zamora, uno de los más antiguos (ando discutiendo conmigo mismo si hay otro que podría ser más antiguo, por eso me escudo en la probabilidad frente a la improbable certeza). Lleva el colofón firmado el 8 de abril de 1517 y es, por tanto, uno de los pocos manuscritos del converso zamorano que pudo llegar a ver escritos su «Santo Amo», el Cardenal Cisneros, que murió el 8 de noviembre de ese mismo año de 1517. Más o menos perdido durante la Guerra Civil, fue más o menos encontrado por Luis Díez Merino en los años 80, si es que cualquier cosa que encuentre Díez Merino no es en realidad un disimulado acicate para seguir buscando.

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Mudai, pois, o sentido e o cuidado,
Somente amando aquelas esperanças
Que duram pera sempre co’o amado.

Cambiad, pues, sentidos y cuidado,
Amando solamente la esperanza
Que siempre durará con el amado.

Luís Vaz de Camões

Misterio

¿Por qué estoy vivo
y el vaso lleno de agua
y la puerta cerrada
y el cielo igual que ayer
y los pájaros dorados
y mi lengua mojada
y mis libros en orden?
¿Por qué estoy muerto
y el vaso igual que ayer
y la puerta dorada
y el cielo lleno de agua
y los pájaros en orden
y mi lengua cerrada
y mis libros mojados?

Jorge Eduardo Eielson

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Auch jetzt erschrecke ich wie alles beim
Schreiben und Sprechen zu Silben und Vorsilben
wird und Rücken an Rücken in den Regalen
zu Büchern
fünf Buchstaben kürzen ein Leben
auf ein Wort zusammen und zehn, nein elf
sprechen von einem Jahrhundert und
Schicksale brauchen noch weniger Lettern
eine Silbe genügt daß wir Bescheid
wissen ob einer lebt oder ablebt
o diese Kürze der Sprache die es nicht fassen kann


Incluso ahora me asusto de cómo, hablando y escribiendo,
todo se vuelve partículas y sílabas
y lomos tras lomos en las estanterías
se vuelven libros
cuatro letras abrevian una vida
a nada más que una palabra y cinco, no cuatro,
hablan de un siglo y pocas más precisan los destinos
una sílaba basta para que sepamos
si uno vive o desvive
ah, tan conciso este idioma que no puede abarcarse

Walther Petri

(interpretación de C. Navarro)

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Hier

Mijn stappen in deze straat
Weerklinken
……………….in een andere straat
waar
…….ik mijn stappen hoor
passeren in deze straat
waar
Slechts de mist werkelijk is

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Soms komt een reiziger aan in een stad
die hem om een of andere reden verbijstert.

A veces llega un viajero a una ciudad
que por una u otra razón lo sorprende.

Mustafa Stitou«Soms besluit een vrouw te gaan liggen op bed…»

***

Antier recogí en el Templum Salomonis de la esquina de Nieuwsteeg y Kloksteeg, frente a la Pieterskerk, el primer encargo, De Tachtijarige Oorlog in Spaanse ogen («Opiniones españolas sobre la Guerra de los Ochenta Años») de Yolanda Rodríguez Pérez, y hoy me avisan de que ya ha llegado el segundo encargo, Orde en trouw («Orden y lealtad») de Willem Otterspreer sobre Johan Huizinga. Quizá aún me dé tiempo a encargar alguna de las ediciones de la antología de Gerrit Komrij, De Nederlandse poëzie van de negentiende en twintigste eeuw in duizend en enige gedichten («La poesía neerlandesa de los siglos xix y xx en 1.001 poemas»). Confieso que aún me desconcierta que Komrij haya disfrutado la condición de «Poeta de la Patria» (Dichter der Vaderlands) casi igual que me parece curiosa –soy en realidad un paleto sin remedio– que la misma condición la ostente ahora mismo Ramsey Nasr (de origen palestino, de lengua neerlandesa y de ciudadanía holandesa) o que este invento tan patriótico sea una iniciativa privada del NRC Handelsblad, es decir, de un diario de tirada nacional (que luego de escribir esto me describen como un periódico de «listos de centro-izquierda», por si a alguien le interesara). Resulta que lo vi el otro día en la televisión (puro zapping; mi holandés de charlatán tartamudo no me da para más) fueron los funerales de Harry Mulisch y Kitty Courbois estaba leyendo un poema de Nasr en honor de Mulisch. En esto consiste también aprender un idioma: en rebobinar.

La antología de Komrij me da ocasión de fijarme en otro de esos términos fruto del ingenio bífido de los hacedores de palabras neerlandeses: bloemlezing («lectura florida», si nos pusiéramos lexicográficamente rigoristas o calvinistas). Es decir, antología. O lo que es lo mismo y se acerca más al neerlandés: florilegio. De momento ninguna de estas curiosidades léxicas ha superado la wijsbegeerte, el «deseo de saber», que tiene por contraparte latinada la filosofie. Tiene algo de resumen de cualquier ambición de escudriñar el universo que las universidades holandesas puedan disponer, por mor de su idioma de trabajo (que no es el inglés, se los aseguro, aunque ustedes se lo crean) una fakulteit der wijsbegeerte, una «Facultad del Deseo de Saber» (mientras que no se quede en el deseo, piensa seguramente el descreído latino…)

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De Top

Het geschrevene dat diegenen nalieten
Op wie jouw angst zich beroept kan je niet redden;
je bent de anderen niet en je weet je thans
Centrum van het labyrint dat jouw stappen
Vlochten. Niet de doodsstrijd van Jezus
Noch die van Socrates, noch de sterke gouden
Siddharta die bij het doven van de dag
De dood in een tuin aanvaardde zal je redden.
Stof is ook het woord geschreven door
Jouw hand of uitgesproken door jouw mond.
De Hades kent geen mededogen
En de nacht van God is eindeloos.
Je bent gemaakt van tijd, de onophoudelijke
Tijd. Je bent ieder afzonderlijk moment.

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Hai unha casa branca. Agardareite
Aireando os seu cuartos,
Abrindo as contras, para que a luz reciba
Aquilo que foi meu;
Ordenando papeis dos meus esquezos,
Libros daquela, versos
Por rematar aínda,
Escuros calendarios que escribiron
Anos mozos e nomes de rapazas.

Hay una casa blanca. Te esperaré / Aireando sus cuartos, / Abriendo las ventanas, para que tenga luz / Aquello que fue mío; / Ordenando papeles de lo que he olvidado, / Libros de entonces, versos / Que están sin acabar, / Oscuros calendarios que escribieron / Años jóvenes y nombres de muchachas.

***

Sin proponérmelo demasiado, y aún sin pensarlo porque pensarlo, lo que se dice pensarlo, solo se me ha ocurrido pensarlo ahora mismo que escribo esto, me he visto inmerso en una costumbre inesperada en cada ciudad a la que he tenido que ir porque, por paradójico que parezca, por mucha que sea la evidencia de que Alfonso de Zamora fue un tipo tirando a sedentario (Zamora –o cerca de la ciudad–, Salamanca, Alcalá de Henares y ahora parece que Toledo), para intentar entender su vida y milagros hay que echarse a andar de Madrid a El Escorial, de Salamanca a Nápoles, de Roma a París, de Londres a Vitoria (o Gasteiz) para acabar en Leiden y dejar, mal que pese, de lado a Orihuela, porque uno solo llega a lo que puede llegar y llega poco, no nos engañemos.

La costumbre inesperada de que les hablo hoy es consecuencia directa de mi mala memoria: cada vez que viajo se me olvida en Madrid (ahora) y se me olvidaba en París (antes) el metro de modista. Esto del metro de modista sirve, claro, para medir manuscritos. Porque los manuscritos hay que medirlos. Me preguntaba hoy Abú Maadnús (nunca deja de estar cerca aunque ande lejos) que si lo mío era más la codicología (sacarle la sisa a la costura de los manuscritos, como si dijéramos) o la filología (echarle un remiendo a las palabras que desgasta la usura del tiempo y la incuria de los hombres, digamos para entendernos). En realidad (le tendré que decir) lo mío son ambas cosas, junto con la lengua, claro (como si no lo hubieran notado por aquí con lo pesado que me pongo) junto con la historia que entra también en el lote, porque está muy feo dejarla fuera, a la intemperie de los que abusan del recuerdo, que son en general muchos y a veces bien organizados aunque, en no pocas ocasiones, sencillamente ignorantes irredentos. Pero, si algo de verdad es lo mío, es que se me olviden los metros de modista en todas partes. Lo que tiene consecuencias inesperadas, que es de alguna manera lo que tenía intención de contarles hoy (ya veremos si me sale). Por ejemplo, coleccionar sintagmas polisémicos en muchas lenguas. Así, sin proponérmelo, le he buscado colegas al metro de modista que dice mi madre (y que yo heredo felizmente) por media Europa: en Francia he comprado –casi diría que por docenas– mètres ruban (significante que comparte significado con un mètre de tailleur). En Italia fue la serendípica búsqueda de un metro da sarto lo que me llevó a darme de bruces, como no podía haber sido de otra manera, con el ejemplo más afinado de alfayate que imaginarse uno pueda: los sastres judíos y, como quizá recuerden ustedes, que tendrán mejor memoria que yo, encontré lo que buscaba en el antiguo Ghetto de Roma.

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Yet if Meursius had his biases, and sometimes expressed them, he also conveyed something true about the university he had loved – and about other universities. Universities – and the ideals they supposedly embody – are more fragile than they seem. The conditions that foster real changes in teaching are hard to create and preserve. Leiden would, of course, recover much of its greatness, as conditions changed again in the middle decades of the seventeenth century. But it was not consistently the research-oriented, creative university that Dilthey saw as he looked backwards. Athenae Batavae, Meursius’ envoi to the research imperative, praises great men – and reminds its readers, even now, of the hard, vital facts of academic life.

Pese a que [Johannes] Meursius [= van Meurs; «Juan Meursio», ] tuviera sus propios prejuicios, y los expresara algunas veces, formuló también algunas verdades respecto de la universidad que amó, y sobre otras universidades. Las universidades, así como los ideales que estas habrían de encarnar, sufrían de una condición más frágil de la que aparentaban. Los factores que llevan a cambios significativos en la forma de enseñar resultan difíciles de provocar y preservar. Huelga decir que Leiden logró recuperar mucho de lo que la había hecho grande, según fueron cambiando de nuevo los factores en las décadas centrales del siglo xvii, pero se dejó en el camino su modelo de universidad orientada a investigar, creativa, que [Wihelm] Dilthey veía al mirar atrás. Athenae Batavae [«De la Atenas bátava»], la finida que propone Meursius hacia el imperativo de investigación, alaba a los grandes hombres a la vez que recuerda a sus lectores, también a los de hoy, lo propio de la vida académica, tan acerba como crucial.

Anthony Grafton, Athenae Batavae: The research imperative at Leiden, 1575-1650, Leiden, Primavera Pers, 2003, «Scaliger Lectures», n.º 1, págs. 30 y 31.

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quiero seguir, ir más allá, y no puedo:
se despeñó el instante en otro y otro,
dormí sueños de piedra que no sueña
y al cabo de los años como piedras
oí cantar mi sangre encarcelada,
con un rumor de luz el mar cantaba,
una a una cedían las murallas,
todas las puertas se desmoronaban
y el sol entraba a saco por mi frente,
despegaba mis párpados cerrados,
desprendía mi ser de su envoltura,
me arrancaba de mí, me separaba
de mi bruto dormir siglos de piedra
y su magia de espejos revivía
un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre.

Octavio Paz, Piedra de sol (México, 1957).

Inspirado, como tantas otras cosas, por el último post de la Marieta.

(Campanario de la Catedral de Segovia.)

Centro de Interpretación de la Judería, Segovia (España), con el que se relacionan alguna curiosidad y algún desatino. Alguna reflexión podría suscitar que se haya pasado de la ausencia en los prólogos al aviso en los baños sin solución de continuidad. Tendría que ver qué han hecho en Toledo (breve y encorbatado o prolijo y en pantuflas), si han hecho algo. ¿Habrán traducido ya su guía al hebreo? ¿O seguirán la curiosa –¿pacata?– política lingüística de la Casa Árabe, que tiene su web en español e inglés, pero no en árabe, o de la Casa Sefarad-Israel, igualmente bilingüe español-inglés pero sin rastro de hebreo (o de judeo-español)? Y eso que, al menos, Casa Árabe tiene cursos de idioma, dedicación que no parece contarse entre los objetivos de Casa Sefarad. Además, en la sede de la Casa Árabe en las antiguas Escuelas Aguirre sí tienen la señalización (o señalética o señaléctica o signalética) interior bilingüe, que yo recuerde, en español y árabe. Veremos qué van haciendo los de la Sefarad-Israel ahora que están recién mudados al Palacio de Cañete. Lo mismo se inspiran entre cábalas y meditaciones peripatéticas por el jardín de Cañete. Aunque, visto lo que me llega de lo que les ocurre, con que perviva el chiringuito quizá podemos darnos con un canto en los dientes. Precarios como son estos chiringuitos ni soñar podemos con ascender de categoría, hostelera o gastronómica. No quiero ni pensar que sea porque bien merecido lo tenemos: al fin y al cabo, siempre es la esperanza la última en abandonar el barco.

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Johannes Amos Comenius/Jan Amos Komenský, La excelente puerta de las lenguas, o introducción al estudio de ellas por muchissimas de cosas corporales y morales, «obra traducida del latín […] por Luis Enrique Teucher [Ludwig Heinrich Teucher]», ‘en Leipsich, en casa de Engelardo Benjamin Schwickert, mercader de libros, MDCCXCIV’, pág. 136, § 934 (título xcv), que corresponde con el mismo párrafo de esta edición trilingüe (latín, griego y francés) de 1665 o en esta bilingüe (latín y griego) de 1642, más cercana a la primera de 1631 .

A veces habría que deshabitarse y rellenar el espacio que queda con una espuma blanda que no tenga memoria.

Emejota, «Nada», La idea del norte,
7 de octubre de 2010.

Manuscrito de París de Alfonso de Zamora (1527), foto de Álex Casero.

Poco después de que hablárabamos por aquí de otros hombres de frontera, hablaba Mary Beard en su blog A Don’s Life de otras fronteras puestas por hombres (y mujeres) para mujeres (y hombres). Como uno suele fijarse solo en lo que ya conoce, un poco a la manera del paleógrafo, a mí me llamó la atención un par de párrafos de lo que explicaba Beard:

Just recently a directive has come down to us from the «management» […], explaining that in future we will only be allowed to appoint external examiners for PhDs from those who have a right to work in the UK (ie no Americans, Australians whatever). Apparently, so our «Human Resources Compliance Unit» (I am not joking) assures us, reading a PhD thesis, writing a report and giving the candidate a viva of (say) two hours counts as «employment». So if you are appointed to do this, you need to prove your eligibilty to work in this country, by showing your passport.

Recién nos llegó una directiva emanada de la «dirección» […], en la que se explicaba que, en lo sucesivo, solo se nos permitirá nombrar miembros externos de un tribunal de tesis a quienes tengan derecho a trabajar en el Reino Unido (es decir, que ni a americanos, australianos o lo que sea). Según parece, o eso es lo que nuestra «Unidad de Ejecución Conforme en Recursos Humanos» (no es broma) nos asegura, leerse una tesis doctoral, escribir un informe y estar presente en una defensa de tesis que dure dos horas (verbigracia) vale lo que un «empleo». Así que, si a uno le nombran para una cosa sí, tiene uno que demostrar que es susceptible de poder ser contratado en este país, enseñando el pasaporte.

In my Faculty, we normally use UK scholars to examine PhDs (we don’t squander travelling expenses), but sometimes students have been researching subjects that really do require an non-EAA examiner. Tony Grafton of Princeton, for example, may be one of the very few people in the world properly qualified to examine a specialised PhD — but he would no longer be appointable, at least on this interpretation of the law.

En mi Facultad, tenemos por costumbre tirar de investigadores británicos para los tribunales (no despilfarramos los gastos de viaje), pero, a veces, hay estudiantes que se han dedicado a temas que requieren de veras un examinador de fuera del Espacio Económico Europeo. Anthony Grafton, de Princeton, por ejemplo, puede ser una de las pocas personas en el mundo con los conocimientos adecuados para examinar a un doctorando especializado. Pero ya no le podemos traer para un tribunal, al menos siguiendo esta interpretación de la ley.

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