SONATA DA CHIESA (Corelli)

Igual que un raig de sol que, pel cimbori,
penetra dins d’un temple, poc a poc,
i cruament senyala, amb el seu dit de foc,
els rostres adormits de les verges de vori,

severa i dolça música, segueixes
per les ànimes nostres un passadís obscur,
i amb el teu dit de foc hi descobreixes
l’espectre del passat, el rostre del futur.

Màrius Torres

Como un rayo de sol que, por la bóveda,
se introduce en un templo, lentamente
e impávido señala con su dedo de fuego
el rostro ebúrneo de vírgenes dormidas,

severa y dulce música, recorres
por nuestras almas un oscuro pasillo,
y con tu dedo ígneo manifiestas
la visión del pasado, el rostro del futuro.

***

Directamente inspirado por este post de Marieta.

manuel-orero-fotografia-1El historiador, al tratar con el pasado, deberá utilizar las categorías de presencia y ausencia de un modo diferente al científico natural. En su caso no se podrá pasar de la presencia inmediata a la mediata, puesto que el pasado ni existe ni es observable. Y el utilizar al documento como instrumento para pasar de la presencia inmediata a la mediata es una falacia, ya que el documento ni hace presente al acontecimiento ni hace presentes a las personas del pasado, únicamente nos permite imaginar esas acciones y las sombras de esas personas, de acuerdo con las reglas que nuestra imaginación nos dicta. […]

La Historia es el saber de la ausencia, de una ausencia, además, que es irrecuperable; porque si examinamos las tres categorías de modalidad veremos que, al contrario que en las ciencias naturales, en historia [sic] la categoría de necesidad no posee aplicación, puesto que el devenir de los acontecimientos no está regido por leyes. En la Historia asistimos al dominio de la categoría de efectividad, unida, claro está, a la de posibilidad. […]

Si la Historia es el dominio de lo contingente, de lo que de posible ha llegado a ser efectivo y también es el dominio de la ausencia, de una ausencia que nunca podrá convertirse en una presencia efectiva e inmediata, entonces los historiadores actúan de la forma más opuesta a la de los científicos naturales. Estos últimos se negaban a reconocer rotundamente la presencia no efectiva, el historiador, por el contrario, no solo ha de partir de ella, sino, lo que es más problemático, quedarse precisamente ahí. El historiador sería como un mago, que pretende conjurar un pasado al que ya no puede volver gracias a la ayuda de un lenguaje en el que los enunciados realizativos funcionarían al revés, ya que no crean el futuro, como los imperativos, sino el pasado. El historiador lanza su discurso ante el pasado y la ausencia, pero no lo hace por razones sentimentales ni tampoco está solo. Su discurso es un discurso compartido, es ante todo un hecho social. Con él, aún siendo en el fondo consciente de la futilidad de su empeño, intenta, más que actualizar un pasado ausente reafirmar la existencia del presente, de un presente que, sobre todo a partir del siglo xix europeo, ha necesitado colonizar el pasado, colonizar lo que ya no es con el fin de poder controlar lo que será.

No tiene sentido, pues, como se suele decir, liberar el pasado, o descolonizarlo, pues, dada su falta de densidad ontológica, sería lo mismo que colonizar la nada. Los pasados básicamente se imaginan. Una corriente historiográfica es, ante todo, un conjunto de metáforas compartidas por los historiadores y su público, que pretenden describir lo que ya no es y otorgarle un sentido diferente al que tuvo y que no puede tener. Lo malo de las metáforas es que pueden colisionar entre sí, trayendo consigo víctimas, a veces mortales. Si la Historia no quiere conformarse con ese papel de suministradora de metáforas listas para la lucha deberá volverse hacia sí misma, pasar del objeto que cree describir al sujeto que lo construye y fundar sobre el análisis de las reglas que permiten esa construcción una disciplina que establezca sus límites, su legitimidad y que permita liberarse de su papel de instrumento de colonización de lo que ya no es para establecer el control de lo que será. Es a ese saber crítico de la historia que se puede contribuir, como en este caso, con el análisis de dos de las categorías del entendimiento histórico, cuyo buen uso era necesario establecer.

José Carlos Bermejo Barrera, ¿Qué es la historia teórica?, Tres Cantos (Madrid), Akal, 2004, págs. 84 y 85.

«El hombre que perdió su nombre…», foto de Manuel Orero («Perolo Orero»), 2 de diciembre de 2008 (Coda: no se me pierdan la descripción de la fotografía a la que se llega clicando en su título).

Por seguir con lo que decíamos:

Sin embargo, este carácter fáctico y necesario del pasado, que parece estar tan claramente enunciado, se encuentra ante una dificultad fundamental, y es que, en contrapartida también podríamos decir, que [sic] lo que caracteriza al pasado, y sobre todo al pasado histórico, es precisamente el no estar presente, el no estar entre nosotros. En este sentido el pasado, por el contrario, vendría a resultar inaprensible y el conocimiento histórico, lejos de marchar por el seguro camino de la ciencia, vendría a adquirir un carácter problemático.

Para resolver este dilema, que quizás sólo sea aparente, convendrá, pues, que iniciemos un análisis de dos categorías del entendimiento histórico, ausencia y presencia, que estarían en directa relación con las categorías de modalidad, posibilidad, efectividad y necesidad, al ser quizá dos aspectos de la segunda de esas categorías, la de efectividad. Estas dos nuevas categorías, como esperamos mostrar, poseen una indudable importancia dentro del ámbito del conocimiento histórico. Su análisis deberá llevarse a cabo desde una triple perspectiva, epistemológica, antropológica y sociológica, impuesta por las características específicas de este tipo de conocimiento.

I

Las categorías de ausencia y presencia no son exclusivas del pensamiento histórico, como todas las categorías del entendimiento son utilizadas sistemáticamente en nuestra vida cotidiana, y, por supuesto, son fundamentales para el desarrollo del conocimiento científico. […]

La existencia de una ley científica, como la de la gravitación, no sólo permite describir el universo en su estado presente, sino, lo que es más interesante, predecir el futuro y, consecuentemente, describir el pasado. La ley es el instrumento básico de articulación del tiempo –o más bien el conjunto de leyes–. Los acontecimientos no son más que casos que ejemplifican el cumplimiento de dicha ley bajo un conjunto de condiciones dadas. La ley, que se formula en presente y, por supuesto, bajo la categoría de la necesidad, da también cuenta de las categorías de posibilidad y efectividad, pues es en función de ella como un acontecimiento se hace posible y llega a ser efectivo. Sin leyes el conocimiento científico no sería posible, sin leyes no puede utilizarse la categoría de necesidad, sino únicamente las de posibilidad y efectividad. Deberemos por ello plantearnos que ocurre en el caso de la historia, un saber sin leyes que privilegia lo fáctico del pasado hasta el punto de excluirlo –es un modo de hablar– de la competencia de Dios.

Ausencia presente

II

A la hora de analizar las categorías de ausencia y presencia en el ámbito del pensamiento histórico deberemos distinguir dos niveles, que por otra parte se hallan estrechamente relacionados: el antropológico y el sociológico. Es sabido que cada sociedad crea un determinado tipo de seres humanos, por lo que el determinismo sociológico siempre tiene parte de razón. Pero también lo es el que la especie humana posee unas características básicas en común que muchas veces pueden sobrepasar las barreras sociales y culturales, por estar quizás entroncadas en los mecanismos biológicos y psicológicos básicos de la condición humana. […]

Si en el pensamiento científico no podía hablarse de una presencia absolutamente no efectiva, en el caso del pasado humano, por el contrario, sí que tiene sentido hablar de una ausencia absoluta, la de todos aquellos que quedan más allá de la memoria de los vivos, de aquellos que ningún artificio puede hacer presentes, y que, sin embargo y paradójicamente, constituyen precisamente el objeto de estudio la historia que intente abarcar algo más que el tiempo presente. Muchas veces los seres humanos prefieren perder la razón antes que la esperanza. En el caso de la muerte, los ritos y las representaciones funerarias, la antropología y la historia son una buena prueba de ello. La humanidad parece que ha querido negar el carácter ineluctable de la muerte y al igual que el pensamiento científico parece no querer admitir la ausencia radical de algunos, o quizás la mayoría –si tenemos en cuenta el tiempo histórico transcurrido– de sus miembros. Lo que los esfuerzos individuales y colectivos han intentado hacer para lograr la presencia de los difuntos lo ha venido haciendo a nivel colectivo, tanto en cuanto género literario como en cuanto saber supuestamente científico. Por ello será necesario pasar ahora del nivel individual y afectivo al nivel colectivo y de las representaciones sociales, que es en donde la historia halla su lugar.

José Carlos Bermejo Barrera, «La modalidad en la Historia: Ausencia y presencia: dos categorías del entendimiento histórico», ¿Qué es la historia teórica?, Tres Cantos (Madrid), Akal, 2004, págs. 71, 72, 76, 78 y 79.

(Coda: Mira que había leído veces a Bermejo Barrera y solo ahora me dio cuenta del uso tan atroz que le da a las comas.)

«Ausencia presente» (última), foto de Álvaro Pérez Mulas, 23 de agosto de 2008.

Un sueño de poder estar juntos / Vuelto un lío más brillante / Un signo desvaído es lo que mejor digo / Ahora, ahora. / Deja sitio a lo más sencillo: / No encontrar las horas es lo nuestro / Un destino o un anhelo, / Ya lo sé. / Pues yo tuve suerte / Por leer letras y no escribirlas, / Sacándole fotos a cualquiera, / Ya lo sé. / Deja a los rayos de sol / Deja a los rayos de sol / Deja a los rayos de sol, déjalos entrar / Para que nos enseñen que mañana puede no ser: / Cuando el día se acaba es cuando lo sabemos.

Au Revoir Simone, «The Lucky One», del álbum The Bird of Music, 2006.

Cuando no importa la vida humana, la de un animal puede resultar una insignificancia. Ése es el error, la reconstrucción ética, como el periodismo, empieza por los detalles.

Ramón Lobo, «El gato de Bagdad» (noviembre de 2008), En la boca del lobo, 11 de junio de 2009.

Y la filología, la historia, la reforma universitaria, la cirugía cardiaca, cardiovascular o la no intervencionista, la participación política y su censura, la enmienda de los cuerpos y las almas y, en general, toda actividad humana que necesite del amor a las cosas bien hechas como explicación necesaria del amor a la humanidad sincera. Afirmo.

Croquetas

«Croquetas de merluza», foto de anikalai, 25 de enero de 2008.

El presidente del PP, Mariano Rajoy, denunció ayer la existencia de una «causa general» contra su partido.

Mariano Rajoy Brey, presidente del Partido Popular español, en varias declaraciones a la prensa en las últimas semanas.

Además, el consejero ha dicho que «estamos ante una causa general contra el partido» porque «el juez primero decreta el secreto de sumario pero a continuación consiente que se filtre información parcial de ese sumario que se utiliza para extender un manto de sospecha sobre todos los dirigentes populares».

Juan José Güemes Barrios, consejero de Sanidad del gobierno de la Comunidad de Madrid presidido por Esperanza Aguirre y Gil de Biedma. Casado con la senadora Andrea Fabra Fernández, hija del Presidente de la Diputación Provincial de Castellón, Carlos Fabra. Todos son miembros del Partido Popular español.

... Por quien caduca ya su valentía...

... Por quien caduca ya su valentía...

Como no pueden alegar ignorancia, ha de ser, por fuerza, otro ramalazo de la mala fe y la desvergüenza con que fagocitan a España, la presente y pasada, hace más tiempo del que la salubridad pública exigiría: en España solo ha habido una causa general. Conviene no olvidárselo.

Y ustedes no se me inquieten: mañana volveremos al siglo xvi. Prometido.

[Capítulo I: «Los años de Zamora y Salamanca»]

Capítulo II: «La Biblia Políglota Complutense»

Hoy hablaremos muchas lenguas. Concretamente cuatro: hebreo, latín, griego y arameo, quizá en un remedo de la venerable licenciatura en «Filología Bíblica Trilingüe» que existía en las universidades españolas antes de que una de las mil y una últimas reformas de los planes de estudio se la llevara por delante (salvo, claro, en la habitual aldea pontificia que resiste a los romanos cabe el Tormes).

Con muchas fatigas entre 1502 y 1517, bastante desesperación entre 1517 y 1522, mucho (pero mucho, mucho) gasto en la larga década y media de trabajo y, en general, bastantes duelos y quebrantos (no fueran a confundirlos con judío), se consiguió terminar la primera gran odisea de la era de la imprenta de tipos móviles: la Biblia Políglota, llamada Complutense por el gentilicio latino de Alcalá de Henares, donde se aposentó la universidad colegial, humanista y teológica (y la imprenta de Arnao Guillén de Brocar) que el Cardenal de Santa Balbina, Arzobispo de Toledo, Primado (por tanto) de las Españas, presidente del consejo de regencia de Castilla (en dos ocasiones), confesor que había sido de la Reina Isabel, presunto azote de granadinos conquistados, Francisco Jiménez de Cisneros (1436-1517), había fundado a sus arzobispales expensas, que no le fueron pocas al franciscano.

Como de la Biblia Políglota Complutense se puede hablar desde muchos puntos de vista y yo tengo una tendencia irrefrenable a la verborrea, nos conformaremos con sobrevolar el papel de Alfonso en ese tremendo fregado alcalaíno y con un par de apuntes rápidos, demasiado rápidos, sobre la valoración en conjunto que se puede hacer de la Biblia cisneriana.

Meterse de lleno, con pies, cabeza y corazón, en la empresa políglota cisneriana fue una enorme oportunidad y, me temo, una cierta desgracia para Alfonso de Zamora. En el colofón al Diccionario de David Qimhi, con fecha 14 de enero de 1516, del (espléndido) manuscrito nº. 6 de la (actual) Biblioteca General Universitaria de Salamanca, folio 285 verso (y siguiente), Alfonso nos dejó una nota que tiene algo de conmovedora. O es que yo soy un sentimental, que también puede ser:

Acabado el lunes, 14 de enero de 1516, de la era de Nuestro Señor Jesucristo, por Alfonso de Zamora, su servidor [lit.: «esclavo»], con el permiso de de don fray Francisco Jiménez, cardenal de España, arzobispo de Toledo, que es Toletula, por cuya iniciativa y orden se imprimen los veinticuatro [libros de la Biblia judía], en cuatro lenguas que son el hebreo, el caldeo [es decir, el arameo], el latín y el griego. Y yo, mientras estaba ocupado en redactarlos, he acabado este libro para mí mismo con mucha dificultad, porque me había asimismo encargado de enseñar gramática hebrea a los principiantes aquí, en Alcalá de Henares, y antes en Salamanca. […] He escrito en este volumen otras cosas más dulces que la miel, que encontrarás y que el hombre inteligente comprenderá y se complacerá en leer. Que las lea con indulgencia y no con severidad y mofa. […]
Otro copista ha copiado los Profetas Menores y las Lamentanciones, que encontrarás aquí [en otro volumen del que está hablando, diferente del actual manuscrito nº. 6 de Salamanca.] Pues este rector [¿?] lo ha puesto para servirme de ayuda, en mis penas y labores, ya que los grandes trabajos causados por enaltecer su memoria, al servicio de Dios, me causan muchas fatigas.
Igualmente notarás que las letras tienen una forma extraña, a veces más grande, a veces más pequeña; a veces una [letra] radical, a veces, otra; causado todo por mis muchas ocupaciones y porque he escrito este livro [el manuscrito nº. 6 de Salamanca] de noche, tras las fatigas del trabajo que he mencionado antes, ya que era el único momento de tiempo libre que me quedaba. No me hagáis tampoco reproches, puesto que, por si fuera poco, mis fuerzas han disminuido y mis ojos han perdido fuerza para mirar, porque más cerca estoy de la vejez que de la infancia [en glosa al margen, Alfonso da tres sinónimos hebreos de infancia: «juventud», «adolescencia», «alba»], con los cuarenta y dos años de edad que ya tengo.

Lo que hay entre corchetes es mío. El texto lo traduzco de la traducción francesa que hizo Moshe Lazar, el gran investigador israelí, en su estupendo artículo «Alfonso de Zamora, copiste», Sefarad (Madrid),vol. xviii, fasc. 2 (1958), págs. 314-327, porque no tengo el original hebreo a mano. Y de paso, advierto que me paso por el forro del Arco de Triunfo de Moncloa lo que diga Hastur el Innombrable en sus gacetillas eruditas, porque la primera condición de la erudición es la decencia. Y lo demás son romances.

Sobre la Políglota y otra gran, grandísima obra de arte librario patrocinada por la munificiencia arzobispal de Cisneros, el llamado Misal Rico de la catedral de Toledo, Anna Muntada Torrellas tiene un artículo, publicado en 2000-2001: «Del Misal Rico de Cisneros y de la Biblia Políglota Complutense o bien del manuscrito al impreso», Locus Amœnus, vol. v, págs. 77-99, del que saco los siguientes fragmentos que ayudarán a comprender el valor, inmenso valor como objeto libro, de las empresas librarias de Cisneros, en general, y de la Políglota Complutense, en particular.

La edición alcalaína no tan solo supuso un esfuerzo intelectual sin precedentes en la preparación de los textos, sino también una summa de operaciones editoriales, prácticas y técnica.

Pág. 93

En lo que concierne a la Biblia [Políglota Complutense], ya R. Proctor legara temprana e inmemorialmente los tipos griegos de la Políglota a los anales de la tipografía. El mismo […] Lyell se reconocía seducido por la belleza de la edición ‘y el buen hacer del impresor Arnao Guillén de Brocar’. No insistiremos en el reconocimiento que la historia de la tipografía le ha dispensado, pero vale la pena contrastar la variedad de tipos y la jerarquía de letras e iniciales que, en la Biblia Políglota, se imponen a la que fuera omnipresente y omnicomprensiva escritura gótica del misal [llamado ‘Rico’, de la catedral de Toledo]. En el primer volumen, además, tercero en el orden de impresión, la letra humanística sustituye a la gótica en la traducción latina de la Vulgata. Todo un signo de apertura hacia la nueva cultura.

Pág. 94

¿Cuál es la trama ideológica que subyace? ¿Cuáles, los magistrales o improvisados modelos? ¿Cuál, la caprichosa circulación de los libros, y de su no menos fortuita lectura o comprensión? De entrada, no debemos soslayar una temprana cronología, para España, en la intencional adopción de un ideario genuinamente renacentista. De querer hilvanar los frágiles hilos de una historia todavía por escribir, hemos de acudir a la imprenta veneciana de Aldo Manuzio, cuyas ediciones ya habían alcanzado pública notoriedad. […] A decir verdad, tampoco faltarían analogías entre la empresa alcalaína y la oficina veneciana, tanto en la intención como en los hechos. […] Demetrio Ducas cretense, el esforzado catedrático de griego de Alcalá, se incorpora al proyecto bíblico procedente precisamente de la península italiana, donde había colaborado en las ediciones griegas de Aldo Manuzio. La fundación cisneriana, por otro lado, comparte el ideal aldino del homo trilinguis, latín, griego y hebreo (las cátedras de árabe y siríaco no llegarían a proveerse), porque el conocimiento de las lenguas originales abre el acceso directo a la Biblia. Cisneros y Alcalá también habrían ido a la saga [sic] del impresor veneciano con la proyectada edición de las obras de Aristóteles.

Pág. 96.

(La edición alcalaína de las obras de Aristóteles, en griego, nunca llegó a completarse.)

Solo tengo dos reproches que hacerle a Muntada Torrellas: algún catalanismo curioso que se le cuela en el texto; y que pase, de una forma olímpica, de una evidencia inevitable en cuanto se abre un el primer volumen de la Políglota: la presencia del hebreo. Y en consecuencia, que obvie la pregunta inevitable: de dónde se sacó el texto, los moldes de las letras, el texto que se imprime y el necesario corrector («componedor») de la obra hebraica de la Políglota. Pero este segundo reproche es fruto de un olvido que ni yo mismo esperaba que no se produjera.

En realidad, la empresa políglota cisneriana, sobre todo en su aspecto comercial y de distribución, es un poco como si el Cardenal Cisneros fuera Steve Jobs y su obra, Macintosh, pero con mucha, mucha mala pata. O mejor aún: como si Cisneros fuera el presidente de IBM. Rica, potente, tradicional. Sin embargo, innovadora a la vez. Y, con todo, aquejada de mala fortuna y de mala planificación. Al final, a Cisneros le ganaron la partida toda una pléyade de geeks a lo Bill Gates, con menos elegancia que un chaleco de esparto, pero que se conocían al dedillo el mercado y sus códigos. Si ahora son los lenguajes de programación, en el aspecto técnico, y la usabilidad (ya sabéis: colorines, figuritas, iconitos y tal), en el siglo xvi el lenguaje de programación más novedoso fue el griego, «recuperado» en Occidente después de unos buenos cientos de años de que ni estuviera ni se le esperase. Y la usabilidad, claro, fue una política agresiva de distribución y precios, aparte de una mise en page de los textos impresos mucho más llevadera (¡ y «portátil»!) que el santísimo mamotreto tetralingüe producido en Alcalá.

Y para terminar de liarlo, Cisneros va y se muere, literalmente porque estaba en camino en ruta para recibir al recién llegado Carlos que acababa de entrar a Castilla por la Villaviciosa asturiana. Cisneros era mucho Cisneros, pero ¿muerto el Cardenal se acabó su Biblia? Aunque la obra ya estaba impresa, faltaba la imprescindible autorización pontificia.Y esa se hizo esperar: hasta nada menos que hasta 1520. Tres años en los que la Políglota Complutense durmió el sueño de los almacenes, mientras desde Italia, Suiza o los Países Bajos se multiplicaban ediciones bíblicas, griegas, latinas e, incluso, hebreas. ¿Soñarían los burócratas papales con ventanillas de ministerios españoles?

Para acabar de rematarlo, unido al altísimo precio de venta al público, buena parte de los ejemplares impresos fueron pasto eterno de los peces tras el naufragio, frente a las costas de Ostia, del barco que llevaba casi toda la tirada al Papa de Roma.
En resumen: menos mal que Cisneros ya se había muerto, porque, si no, le remataban los disgustos.

Curiosamente, conocerse el mercado al dedillo y echarle más horas de currelo que un freakie viciado le echa al World of War, fue el secreto del «éxito» (que lo tuvo, al menos pecuniario) de Alfonso de Zamora en su extenuante actividad de copista de manuscritos (y vocalizador y traductor y handyman hebraísta de la Europa del siglo xvi temprano). Solo por haber participado de forma tan directa en la gran obra de la Políglota, la figura de Alfonso de Zamora ya merecería entrar en el panteón (polvoriento) de «grandes hombres». Y eso daría ya respuesta a una de las muchas preguntas que se nos han quedado en el tintero, a mí de contestar pero no de hacérmela a la Marieta más fiel de este cuaderno alfonsino: «¿Por qué es importante estudiar la obra y la vida de Alfonso de Zamora?». Como digo, la Políglota habría bastado para hacer importante a Alfonso. Pero es que hay más, mucho más. Y todo lo demás es lo que sirve para hacerle, además, interesante.
Pero eso quedará para el tercer capítulo: «Los (¿in?)felices años de Alcalá».

Apuntes dedicados, como no podía ser de otro modo, a la Presidenta de la República de las Maravillas. Empecemos:

Alfonso de Zamora debió de nacer en Zamora (o en algún lugar probablemente del alfoz de la ciudad) hacia 1474. Nació, se crió y creció judío, de padre judío. Zamora, a finales del siglo xv, era un foco brillantísimo de actividad intelectual judía. A principios de 1492, Fernando II de Aragón (y V de Castilla) e Isabel I de Castilla, los llamados Reyes Católicos, dieron orden de conversión forzada o expulsión a todos los judíos de sus reinos. Esto incluyó, en un primer momento, todos los reinos de Castilla (para saber cuantos reinos había en «Castilla», basta repasarse las larguísimas listas con las que empezaban sus escritos oficiales los reyes de las Españas). A la vez, la misma medida se ejecutó en Aragón, Cataluña, Reino de Valencia (o, sin más, Valencia) y Mallorca (o «Mallorcas»), es decir, los reinos privativos, esto es, de los que era «rey propietario» Fernando II. Al cabo de seis meses, según el decreto (aunque en realidad llamarlo «decreto» sea un anacrónismo), los judíos tendrían que haber abandonado Castilla y Aragón (por resumir las subdivisiones territoriales y por respetar el uso de la época). Los que decidieran quedarse residiendo en ambos conjuntos territoriales, tendrían que pasar por el bautismo forzoso. Esto vino a provocar una segunda gran ola de bautismos forzados, incrementando los rangos de los conversos, esto es, los «cristianos nuevos», conversos al cristianismo de ascendencia judía (o mora). En 1391, una extraordinaria ola de violencias antijudías (que no pogromos; no confundamos) había devastado las juderías (que no pueden o no constituirse en aljama) de la Península, principalmente de Castilla y Aragón (y de nuevo, «Aragón» es sinónimo de los dominios privativos del rey de Aragón). Esta ola de violencia dio lugar a la primera ola masiva de conversiones, forzosas en su mayor parte, que dieron lugar a la que algunos denominan la «clase social» de los conversos, aunque a mí el término me parezca abusivo. Apenas cien años después, el real matrimonio de Fernando e Isabel expulsó a los judíos. Según las investigaciones más recientes, y las que a mí me merecen más crédito, sería erróneo pensar que 1391 es anuncio de 1492. La vida judía, en todos los órdenes, se recuperó en ese siglo que media entre uno y otro acontecimiento. Aunque algunas comunidades judías desaparecieron, otras florecieron. Pero el fenómeno de los conversos se fue extendiendo, con toda clase de ramificaciones sociales que hacían cada vez más intensas las tensiones entre grupos de conversos, cristianos de los llamados «viejos» y judíos. Parece sensato suponer, y ese es el consenso actual de la investigación, que con la expulsión se buscó el apaciguamiento, si no la desaparición directa, de esas tensiones, la paz social y la concordia civil entre todos los segmentos de la población, sea cual fuera su origen religioso. No hace falta saber mucha historia para comprender que los estadistas que diseñaron la expulsión, y los reyes que la sancionaron, erraron el tiro. Ahí están los estatutos de limpieza de sangre, omnipresentes (que no siempre necesariamente eficaces) en las Españas de los siglos xvi, xvii y xviii.

De manera que no tuvieron los Reyes de Castilla causa por la que desterrarnos de sus Reynos, más de la que manifestaron de que incitábamos a sus nobles a judaizar. Y es cierto que no se atraen los ánimos nobles, ni los mueven, sino exemplos de vida virtuosa y discursos de vida verdadera.

Immanuel Aboab, Nomología o discursos legales, 5389 AM / 1629 EC, pág. 291.

En semejante contexto tenemos a Alfonso de Zamora con dieciocho años, más o menos, dotado, según podemos colegir de su obra posterior, de una notable formación en las disciplinas del judaísmo, principalmente exégesis, gramática, prosodia y caligrafía. Esto no quiere decir ni que fuera rabino, de lo que no se conserva ninguna prueba descubierta hasta ahora, ni de que a los dieciocho años pudiera ser ordenado rabino, como ha querido ver algún autor de finales del xix.

Existen dos hipótesis principales sobre la conversión de Alfonso de Zamora. La primera afirma que la conversión se efectuó en el mismo año de 1492. Pruebas no hay ninguna y la lógica sin evidencia testimonial no debe ser un recurso para hacer historia. Simplemente, el hecho de que pasase toda su vida, hasta donde nosotros sabemos, sin salir de Castilla (los alrededores de Zamora, Salamanca y Alcalá de Henares), puede hacernos sospechar que no debió de salir de la Península. En consecuencia, para llevar una existencia «legal», el término post quem de su conversión habría que hacerlo coincidir con el final de la vida «legal» del judaísmo en Castilla y Aragón.

La segunda hipótesis implica que Alfonso (y su padre, del que hablaremos después) se marchasen de Castilla en 1492, para volver, convertidos (porque si no,  ¿cómo se explica que pudiesen entrar en la Península?) en 1506. Por qué en 1506 y no antes ni después, habrá que preguntárselo a los que han emitido tal hipótesis. A mí me sobrepasa mi limitada inteligencia, tirando a positivista moderada. Además, ¿dónde se habrían ido? En 1496, el rey de Portugal, a consecuencia de muchas presiones -incluida la matrimonial, porque era yerno de los Reyes Católicos – ejecutó la misma medida de expulsión contra los judíos de su reino, entre los que se contaba un buen número de refugiados, sobre todo castellanos. En 1498, Navarra (a la que aún le quedaban catorce años para ser invadida por Castilla e incorporada a los dominios privativos del rey de Castilla) ejecutó la misma medida, así que 1498 es la última fecha de residencia legal de algún judío dentro de toda la Península Ibérica (y dominios adyacentes de los diversos reinos peninsulares).
En los dominios italianos del rey de Aragón, la medida de expulsión aún tardó algún tiempo en ponerse en práctica, por razones que a mí me son desconocidas pero que han debido ser estudiadas en alguna parte (hay gente pa tó). Si no recuerdo mal, las fechas de expulsión de judíos napolitanos y sicilianos son ya de la primera década del siglo xvi. [Actualización: pues sí, parece que recorbaba mal.]

En resumen, lo más probable es que alguien que no se llamaba Alfonso de Zamora, se encontrase alrededor de 1492 viviendo en el barrio de los zapateros de Zamora (porque nuestro hombre, antes de académico, fue zapatero bastantes años), habiendo cambiado de religión y mudado el nombre, del que tuviera cuando judío a «de Zamora», por la ciudad que era la suya, y «Alfonso», santo patrón cristiano de la ciudad.

Y por cierto, sin tener tratamiento de don, que sobre todo a partir del xvi era tratamiento de los bachilleres y nuestro Alfonso vivió aún en una época feliz en que se podía llegar a duradero regente de cátedra en una universidad puntera en Europa, como fue la cisneriana de Alcalá de Henares, sin tener título ni diploma.

Supongamos que entre 1492 y 1508  Alfonso llevó una vida, quizá apacible, de zapatero en Zamora. Pero sus talentos de hebraísta no debían de ser totalmente desconocidos.

En los primeros meses de 1508, anunciada vacante la cátedra de «hebrayco, caldeo y arábigo», opositan Juan Rodríguez de Peralta, el italiano Diego de Populeto, el dominico Juan de Vitoria, el bachiller Parejas, el licenciado Juan de Ortega y el judeoconverso Alonso de Arcos o de Zamora. El rector salmantino indico que a Populeto se le podía encargar que enseñase por dos años

y no con todo el salario, salvo con parte dello, e que parte se dé a quien platique con él, que sea uno de los tornadizos que saben bien el hebraico: uno el zapatero y el otro Diego Lopes, tañedor.

Carlos Carrete Parrondo, Hebraístas judeoconversos en la Universidad de Salamanca (siglos XV-XVI), Lección inaugural del curso académico 1983-1984; Salamanca: Universidad Pontificia de Salamanca, 1983, pág. 17

Una orden del 5 de junio de 1509 detuvo el proceso de contratación de Al(f)onso en Salamanca y solo en 1510, y con la mediación del rey (que seguía siendo don Fernando), se pudo contratar a Alfonso, por 5.000 maravedíes. En 1511, se decidió que «Alonso de Arcos, zapatero, podía mejor enseñar la lengua» y se le asignaron 6.000 maravedíes hasta acabar el curso.
Como se acreditó que era «persona suficiente e hacía fruto», se le prorrogó, en octubre de 1511, el contrato por dos años más. Hay que notar que Alfonso, en esa época salmantina, estaba muy lejos de contar con una «plaza de titular», sino que solo la tenía de profesor «asociado», más o menos bien pagado.

1512 es el año de la llegada de Alfonso al claustro alcalaíno, después de que alguna intriga pasillera a la que tan aficionados han sido desde siempre los universitarios se lo llevara por delante en Salamanca. Pero eso, el preámbulo de la época más larga y fructífera, aunque no exenta de amarguras, de su vida, lo dejamos para el siguiente curso de alfonsinismo zamoresco.

Recuerda Javier Ortiz la que me parece la mejor definición del Dosdemayo: «Auf der Isla de León – Ideen ohne Taten, im übrigen Spanien – Taten ohne Ideen.» Lo escribió don Carlos Marx y salió publicado en el cuarto artículo de una serie de ¿ocho? que publicó Marx en el New York Daily Tribune. O sea, que saldría en inglés, pero solo tengo a mano el alemán. La descripción sale concretamente en el número 4.220 del 27 de octubre de 1854 del New York Daily Tribune. O en la página 458 de las Obras (ergo, Werke) de Karl Marx y Friedrich Engels, vol. x, editorial Dietz, en el poco entrañable Berlín de la DDR, año 1961.

Si mi alemán de naufragio no me falla: «En la isla de León [había] ideas sin acciones. En el resto de España, acciones sin ideas». Ya se sabe que Taten sagen mehr als Worte.

Javier Ortiz dice «Cádiz». Marx escribió «la Isla de León». Minucias: lo importante es acordarse de que en cuatro años, final de legislatura y de Olimpíada, nos toca otra conmemoración, afortunadamente gaditana esta vez.

Me perdonaréis el apunte nada zamoresco (aunque Zamora tenga un apunte fascinante sobre las Comunidades de Padilla, Bravo y Maldonado mal editado, pobremente traducido, nada contextualizado por el que llamaremos Hastur el Innombrable, y que habrá que retomar un día para pulirlo y darle lustre). Pero es que un hijo de Móstoles tiene, necesariamente, que posicionarse, en fechas tan señaladas.

Le fait de croire à des périodes historiques nettement définies, caractérisées, et donc à des ruptures dans le cours des temps entraîne inévitablement à porter un regard particulier sur les époques limites, époques pourtant déterminées avec la part d’arbitraire que l’on sait. La tentation devient forte de considérer les années situées entre Antiquité et Moyen Âge, puis entre ce Moyen Âge et les Temps modernes comme des temps « de transition ». Cette idée, aussi spécieuse que celle qui préside à la périodisation, impose à la recherche et à l’enseignement certaines optiques dont on ne se défait pas aisément.

En premier lieu, ces découpures arbitraires, artificielles et combien tyranniques nous ont créé, pendant longtemps, un fort déséquilibre dans les études, une véritable cassure dans le discours scientifique. Il ne fait aucun doute que ces temps intermédiaires, qui, croyait-on, ne pouvaient offrir qu’images incertaines, sans valeur démonstrative, ont été volontiers négligés. Les lectures et les investigations se sont plutôt portées sur les siècles « classiques » de l’Empire romain que sur ses derniers moments. D’autre part, les règnes de Charles VII et de Louis XI, en France, retenaient certes l’attention pour quelques aspects, pour la personnalité des souverains dont chaque livre offrait des images aux traits incisifs […].

Par ailleurs, et d’une façon sans doute lourde de conséquences, cette exploitation du concept de périodisation finit par fausser l’interprétation des faits et même par dicter des hypothèses de travail que tout auteur se voit invité à vérifier. Il semble évident que le temps qui marque le passage d’une période à une autre ne peut être que « de transition ». Il ne s’agit pas seulement de mots et de petits ridicules mais d’orientation et de recherche, voire d’interprétation des résultats. Les hypothèses de travail pèsent toujours très lourd et trop nombreux sont ceux qui s’appliquent avant tout à illustrer l’idée qui prime plutôt qu’à poursuivre une investigation hors de tout préalable. […]

Jacques Heers, Le Moyen Age, une imposture, París, Perrin, 1992, págs. 38 y 39.