–Y allá en España, quando un muchacho sale de la Escuela, como no ha deprendido, ni leÿdo por otros libros que el de Celestina, y otros tales, sabe muy bien de que manera a de enamorar una moça, y como la ha de embiar el alcahueta, armar de noche la escala a la ventana, para escalar su casa, y honra, y finalmente que palabras le dira, para se la robar, y dexarla deshonrada. Veis aquí el provecho que saca de lo uno, y el fruto que se sigue de lo otro.

Andrés: Y en la lengua hebrayca no ay tales historias?

Obadías: Nunca ubo, ny avra, quien tan atrevido sea, que las palabras de la lengua santa emplea en tales locuras, y vanidades.

Anónimo, Diálogos entre dos hermanos, Obadía ben Israel y Andrés Antonio, sobre la falsedad de los Evangelios y verdad de la ley de Mosseh, primera y segunda partes, manuscrito Amsterdam, Bibliotheek Ets Haim-Livraria Montezinos, HS47 C14, en depósito permanente en la Biblioteca Nacional de Israel, Jerusalén, folios 243 y 244 (¿recto? ¿verso?);

citado en Kenneth Brown, “A seventeenth-century Sephardic reader’s negative evaluation of Celestina”, Celestinesca, vol. xviii, n.º 2, págs. 151-154 [152].

Llevaba un tiempo preocupado (miren ustedes qué preocupación más tonta) por poner algún ejemplo de lo pernicioso de cualquier fetichismo (salvo del consentido entre adultos con plena aquiescencia de todas las partes).

(más…)

Latin was dethroned at the very moment when, in an unprecedented way, it had started to become the universal language for a growing class of educated men, when it was restored to classical purity and was no longer propagated by the Church alone but by the educated lay class as well.

El latín fue destronado en el mismo momento en que había empezado el proceso, sin precedentes, de convertirse en la lengua universal de una clase creciente de hombres educados, restaurado en su pureza clásica, sin ser ya difundido únicamente por la Iglesia, sino también por la clase de laicos ilustrados.

Hans Kohn, The idea of nationalism: A study in its origins and background, New Brunswick, Transaction Publishers, 2005 (primera edición de 1944), pág. 143.

Bible polyglot

Studies of dynastic consolidation and of nationalism might well devote more space to the advent of printing. Typography arrested linguistic drift, enriched as well as standardized vernaculars, and paved the way for the more deliberate purification and codification of all major European languages. Randomly patterned sixteenth-century type casting largely determined the subsequent elaboration of national mythologies on the part of certain separate groups within multilingual dynastic states. The duplication of vernacular primers and translations contributed in other ways to nationalism. A ‘mother’s tongue’ learned ‘naturally’ at home would be reinforced by inculcation of a homogeneized print-made language mastered while still young, when learning to read. During the most impressionable years of childhood, the eye would see a more standardized version of what the ear had heard. Particularly after grammar schools gave primary instruction in reading by using vernacular instead of Latin readers, linguistic ‘roots’ and rootedness in one’s homeland would be entangled.

Bien podrían los estudios que tocan la consolidación de las dinastías y el nacionalismo dedicar más espacio al advenimiento de la imprenta. La técnica tipográfica atajó la dispersión lingüística, enriqueció a la vez que fijó las lenguas vernáculas y preparó el terreno para los procesos de purificación y codificación deliberadas de las principales lenguas europeas. Los encasillamientos temáticos que apenas se perfilaban en el siglo xvi determinaron, en gran medida, que ciertos grupos separados dentro de los estados dinásticos multilingües elaborasen mitologías nacionales propias. La multiplicación de manuales y traducciones en vernácul contribuyeron por otros medios al nacionalismo. Una «lengua materna» aprendida «naturalmente» en el seno del hogar podía reforzarse inculcando un tipo de lengua homogeneizada gracias a la imprenta, consolidada en los años jóvenes, cuando se aprendía a leer. Durante los años de infancia, de naturaleza más receptiva, el ojo veía una versión más estandarizada de lo que llegaba al oído. Especialmente después de que las escuelas primarias se pusieran a enseñar las bases de la lectura usando el vernáculo en lugar de las cartillas en latín, se consiguió el compromiso con las raíces «lingüísticas» y la vinculación a la patria propia.

Elizabeth L. Eisenstein, The printing revolution in Early Modern Europe (nueva edición), Cambridge, CUP, 2005 (primera edición de 1979), págs. 91 y 92.

Estatua Cisneros en Alcala

Sin embargo, no se puede decir que los progresos de las lenguas vernáculas al final de la Edad Media supusieran, al menos en las élites cultas, un auténtico retroceso del latín. Al contrario, se podría incluso afirmar que reforzaron la «diglosia» medieval en el sentido de que, al dejar de corresponder a unas clasificaciones sociales simples (culto-popular, clérigo-laico, litteratus-illitteratus), ésta fue llevada al corazón mismo de las disciplinas de la escuela y de la práctica –oral y escrita– de la vida política, judicial y administrativa. Para unos individuos que dominaban el doble registro vernáculo y latino (por no hablar del renacimiento todavía tímido, y esencialmente italiano, del griego), la elección de la lengua, a partir de entonces, fue el resultado de estrategias más sutiles: a la preocupación por la eficacia política y por la afirmación lingüística del sentimiento nacional seguían oponiéndose la inclinación por el universalismo cristiano y cultural cuyo garante era el latín, así como la reivindicación de una identidad propia por parte de aquellos a los que sus estudios y gustos empujaban a constituirse en castas profesionales. A medida que perdía su legitimidad cultural, el latín, siempre respaldado poderosamente por la Iglesia y la escuela, veía acrecentar su valor como signo de reconocimiento social y elemento constitutivo del orden establecido. El latín perduraba como la lengua de la memoria.

Jacques Verger, Gentes del saber en la Europa de finales de la Edad Media, traducción de Teresa Garín Sanz de Bremond, Madrid, Editorial Complutense, 1999 (primera edición francesa de 1997), págs. 12 y 13.

Hippolais polyglotta

Nada, nada: unas cosillas que tenía por la mesa mientras trato de acabar con el alemán de Michael Richter, «Kommunikationsprobleme im lateinischen Mittelalter», Historische Zeitschrift, vol. ccxxii, nº. 1 (1976), págs. 43-80, antes de que él acabe conmigo (gracias, Antonio).

«Bible polyglot», foto de sukisuki, 19 de febrero de 2009; «Otros harán en mármol y piedra lo que yo construyo en barro», foto de Visentin «El Templat», 1 de octubre de 2008; «Hippolais polyglotta», foto de DinisCortes, 4 de mayo de 2008.

Sin embargo, tales éxitos no arrancaron la planta maligna que crecía en el corazón del maestro, sembrada en su niñez miserable, o que quizás había traído con él al mundo. Cualquier ocasión era buena para que sacara hacia afuera, hacia el sol de Florencia, sus duras ramas espinosas. No empleaba el tono hiriente sino el melancólico, pero quien lo escuchaba percibía, debajo de las frases plañideras que recordaban a los «piagnoni», a los llorones savonarolianos, el erizamiento de las púas, la armada cactácea permanente. Pierus Valerianus levantaba la vista de un diálogo platónico y, con un pretexto mínimo, se lanzaba a lamentar la desventura de quienes habían elegido el áspero camino de la docencia o de la investigación y ven transcurrir sus vidas triplemente acechados por la envidia, por el desdén y por el hambre. Algunos años después, cuando se produjo el saqueo de Roma, aquel espectáculo atroz le sugirió un libro, Contarenus sive de litteratorum infelicitate, en el cual se ocupa exclusivamente de sus atribulados colegas. Al leerlo, ha vuelto a brotar de sus páginas muchos de los personajes a quienes Pierio Valeriano invocaba durante las clases florentinas. Casi no hay escritor de entonces que no haya sido ubicado por él en un peldaño de su escala de infelicidades.

Medici Riccardi

Hombres sin cesar sujetos al capricho de los grandes ambulan por sus páginas; hombres que, en tiempos de revuelta, perdían primero sus sueldos y luego sus cargos; hombres cuyos manuscritos eran quemados en los incendios de las ciudades y en las destrucciones urgidas por las pestes; hombres corridos a insultos y calumnias y por sus propios colegas; hombres que, en las labradas cárceles de los palacios, añoraban la ausente libertad de la cual gozaba el fraile mendicante más mínimo. Tal vez ésa fuera la causa de la pesadumbre de Valeriano, esa última: la noción de que era un prisionero en el palacio de la via Larga. Sin embargo, Pierio no hubiera podido vivir en otro lugar. Necesitaba la atmósfera del palacio, su tono, sus bibliotecas, sus antiguas colecciones; sentir que su sombra prolongaba tantas sombras memorables, la de Marsilio Ficino, la de Poliziano, la de Pico de la Mirandola… Lo he dicho: la protesta, las hieles del agravio, estaban metidas, estancadas dentro de él y nada podía contra eso. Después de todo, los escritores y los profesores, corona del humanismo, que, no obstante la retórica del miramiento, vivían eternamente postergados por los dueños de los señoríos, quienes los consideraban un poco como bufones y un poco como criados, en todo caso como miembros de una casta especial, aparte, a la que no había que tomar muy en serio porque entonces era capaz de volverse peligrosa (ya que los señores barruntaban que anhelaba usufructuar el poder, fundándonse en presuntas razones de inteligencia), no la pasaban mal en los caserones florentinos del siglo xvi.

Manuel Mujica Lainez, Bomarzo, capítulo ii («Incertidumbres del amor»), 1962.

«En el cual se ocupa exclusivamente de sus atribulados colegas»: se olvidó de uno, al menos: Juan Luis Vives (1492-1540). Y de Alfonso de Zamora, claro, pero, en fin, no hay color, tampoco exageremos.

«Oranges», foto de n.gottier, 5 de marzo de 2006.

El último apunte de Jero me da oportunidad para colar de rondó una música que me gusta especialmente, interpretada por Jordi Savall y sacada del Cancionero general de palacio: variaciones sobre el villacinco «Rodrigo Martínez», del citado cancionero. Y de paso declaro clausurada esta larga jornada e inaugurado un fin de semana viajero.

En la época en que debió de componerse el villacinco, hacia 1490, Alfonso de Zamora debía de tener unos dieciséis años, debía de seguir siendo plenamente judío y quedaban aún dos años para el principio del fin de la presencia legal del judaísmo en la Península Ibérica.

«Improvisaciones a partir del villacinco ‘Rodrigo Martínez’ del Cancionero general de palacio», Jordi Savall (y otros), del disco La folía 1490-1701; Corelli, Marais, Martin y Coll, Ortiz y anónimos, Alia Vox, ref. AV9805 o AVSA9805; fecha de publicación: 1 de septiembre de 1998.

Rodrigo Martínez
a las ánsares, ahé
pensando qu’eran vacas
silbábalas: He!
Rodrigo Martínez,
atán garrido,
los tus ansarines
liévalos el río, ahé!
Rodrigo Martínez, atán lozano,
los tus ansarines
liévalos el vado, ahé!
Pensando qu’eran vacas
silbábalas: He!

Hoy comamos y bevamos,
y cantemos y holguemos,
que mañana ayunaremos.

Por honra de Sant Antruejo
parémonos hoy bien anchos.
Embutamos estos panchos,
recalquemos el pellejo:
que costumbre es de concejo
que todos hoy nos hartemos,
que mañana ayunaremos.

Honremos a tan buen santo
porque en hambre nos acorra;
comamos a calca porra,
que mañana hay gran quebranto.
Comamos, bevamos tanto
hasta que nos reventemos,
que mañana ayunaremos.

Beve Bras, mas tú Beneito.
Beva Pedruelo y Lloriente.
Beve tú primeramente;
quitarnos has desse preito.
En bever bien me deleito:
daca, daca, beveremos,
que mañana ayunaremos.

Tomemos hoy gasajado,
que mañana vien la muerte;
bevamos, comamos huerte,
vámonos carra al ganado.
No perderemos bocado,
que comiendo nos iremos,
y mañana ayunaremos.

De Juan del Encina, contemporáneo de Alfonso de Zamora.

PD: De paso, me limito a haceros notar la curiosa etimología a cala porra, antecedente directo del tronchante a cascoporro (pronúnciese a cajcoporro) manchego.

Más vale trocar placer por dolores e inactividad bloguera por algo del servicio de bar de esta su casa de ustedes. Deléitense, pues, con música de la época alfonsina. Del Alfonso de este blog, se entiende.

Más vale trocar de Juan del Encina, interpretado por Hespèrion XX, dirigido por Jordi Savall (1991)

Más vale trocar
placer por dolores
que estar sin amores.
Donde es agradecido
es dulce morir;
vivir en olvido
aquel no es vivir;
mejor es sufrir
pasión y dolores
que estar sin amores.
Es vida perdida
vivir sin amar;
y más es que vida
saberla emular;
mejor es penar
sufriendo dolores
que estar sin amores.
La muerte es vitoria
do vive afición;
que espere haber gloria
quien sufre pasión:
más vale prisión
de tales dolores
que estar sin amores.
El que es muy penado
más goza de amor;
que el mucho cuidado
le quita el temor;
así que es mejor
amar con dolores
que estar sin amores.
No teme tormento
quien ama con fe,
si su pensamiento
sin causa no fue;
habiendo por qué,
más valen dolores
que estar sin amores.

Amor que no pena
no pida placer,
pues ya le condena
su poco querer:
mejor es perder
placer por dolores
que estar sin amores.

Le fait de croire à des périodes historiques nettement définies, caractérisées, et donc à des ruptures dans le cours des temps entraîne inévitablement à porter un regard particulier sur les époques limites, époques pourtant déterminées avec la part d’arbitraire que l’on sait. La tentation devient forte de considérer les années situées entre Antiquité et Moyen Âge, puis entre ce Moyen Âge et les Temps modernes comme des temps « de transition ». Cette idée, aussi spécieuse que celle qui préside à la périodisation, impose à la recherche et à l’enseignement certaines optiques dont on ne se défait pas aisément.

En premier lieu, ces découpures arbitraires, artificielles et combien tyranniques nous ont créé, pendant longtemps, un fort déséquilibre dans les études, une véritable cassure dans le discours scientifique. Il ne fait aucun doute que ces temps intermédiaires, qui, croyait-on, ne pouvaient offrir qu’images incertaines, sans valeur démonstrative, ont été volontiers négligés. Les lectures et les investigations se sont plutôt portées sur les siècles « classiques » de l’Empire romain que sur ses derniers moments. D’autre part, les règnes de Charles VII et de Louis XI, en France, retenaient certes l’attention pour quelques aspects, pour la personnalité des souverains dont chaque livre offrait des images aux traits incisifs […].

Par ailleurs, et d’une façon sans doute lourde de conséquences, cette exploitation du concept de périodisation finit par fausser l’interprétation des faits et même par dicter des hypothèses de travail que tout auteur se voit invité à vérifier. Il semble évident que le temps qui marque le passage d’une période à une autre ne peut être que « de transition ». Il ne s’agit pas seulement de mots et de petits ridicules mais d’orientation et de recherche, voire d’interprétation des résultats. Les hypothèses de travail pèsent toujours très lourd et trop nombreux sont ceux qui s’appliquent avant tout à illustrer l’idée qui prime plutôt qu’à poursuivre une investigation hors de tout préalable. […]

Jacques Heers, Le Moyen Age, une imposture, París, Perrin, 1992, págs. 38 y 39.