–Y allá en España, quando un muchacho sale de la Escuela, como no ha deprendido, ni leÿdo por otros libros que el de Celestina, y otros tales, sabe muy bien de que manera a de enamorar una moça, y como la ha de embiar el alcahueta, armar de noche la escala a la ventana, para escalar su casa, y honra, y finalmente que palabras le dira, para se la robar, y dexarla deshonrada. Veis aquí el provecho que saca de lo uno, y el fruto que se sigue de lo otro.

Andrés: Y en la lengua hebrayca no ay tales historias?

Obadías: Nunca ubo, ny avra, quien tan atrevido sea, que las palabras de la lengua santa emplea en tales locuras, y vanidades.

Anónimo, Diálogos entre dos hermanos, Obadía ben Israel y Andrés Antonio, sobre la falsedad de los Evangelios y verdad de la ley de Mosseh, primera y segunda partes, manuscrito Amsterdam, Bibliotheek Ets Haim-Livraria Montezinos, HS47 C14, en depósito permanente en la Biblioteca Nacional de Israel, Jerusalén, folios 243 y 244 (¿recto? ¿verso?);

citado en Kenneth Brown, “A seventeenth-century Sephardic reader’s negative evaluation of Celestina”, Celestinesca, vol. xviii, n.º 2, págs. 151-154 [152].

Llevaba un tiempo preocupado (miren ustedes qué preocupación más tonta) por poner algún ejemplo de lo pernicioso de cualquier fetichismo (salvo del consentido entre adultos con plena aquiescencia de todas las partes).

La cosa venía a cuento de una de las conclusiones de Elizabeth Eisenstein en su clásico La revolución de la imprenta en la Edad Moderna europea, de la que ya hemos hablado por aquí, como algún amigo de esta casa se acordaba bastante bien. La conclusión de doña Elizabeth era que, de toda la masa de libros impresos entre los siglos xv, xvi y xvii (lo que en italiano llaman eufónicamente inconaboli, cinquecentine y seicentine), la mayoría, pero mayoría, mayoría, eran puritita purria de rastrillo, cascarrias de pliegos, potaje de amarillismo, historietas de tres al cuarto. En consecuencia, el fetichismo de la lectura (porque «lectura» rima con «cultura») sería una iniciación a los misterios del desbroce de la purria, de la peladura de cascarria, del guiso de potajuelo y de la reiteración de historietas. Vamos, que todo lo es el contenido, venía a querer decirles, más o menos. Lo bonito que lo pongamos viene después, necesaria y honradamente después (sería un poco la diferencia entre la edificante cocina que se practica en Italia y el oropel que se gasta en Francia, pero este símil nos llevaría a senderos adonde no quisiera llevarles). Pues en eso andaba, ocupado en mi preocupación ilustrativa y va Matano y me regala (inspirada por Mary Roche), en espera de la parte alicua de tío carnal honoris causa que espero como agua de abril o mayo en cuanto se decida a parir, una novella deliciosa se la mire por donde se la mire y voy y me encuentro, de casualidad, más o menos lo que quería comentarles:

Having discovered the delights of reading herself, Her Majesty was keen to pass them on.

‘Do you read, Summers?’ she said to the chauffeur en route for Northampton.

‘Read, ma’am?’

‘Books?’

‘When I get the chance, ma’am. I never seem to find the time.’

‘That’s what a lot of people say. One must make the time. Take this morning. You’re going to be sitting outside the town hall waiting for me. You could read then.’

‘I have to watch the motor, ma’am. This is the Midlands. Vandalism is universal.’

With Her Majesty safely delivered into the hands of the lord lieutenant, Summers did a precautionary circuit of the motor, then settled down in his seat. Read? Of course he read. Everybody read. He opened the glove compartment and took out his copy of the Sun.

Tras descubrir los placeres de la lectura, Su Majestad se mostraba predispuesta a transmitirlos.

–¿Lee usted, Summers?–le dijo al chófer de camino a Northampton.

–¿Que si leo, Señora?

–Libros…

–Cuando puedo, pero nunca termino de encontrar el momento…–.

–Eso es lo que dice mucha gente: hay que encontrar el momento. Esta mañana, por ejemplo. Va a estar usted sentado, fuera del ayuntamiento, esperándome. Podría coger y leer.–

–Tengo que vigilar el motor, Señora. Estamos en las Midlands: aquí lo que sobran son gamberros.

Habiendo hecho entrega, con total seguridad, de la persona de Su Majestad al burgomaestre del condado, Summers le dio un repaso preventivo al motor y, a continuación, se sentó en su asiento. ¿Leer? Pues claro que leía. Como todo el mundo. Abrió la guantera y sacó un ejemplar de The Sun.

Alan Bennett, The uncommon reader, Londres, Faber and Faber y Profile Books, 2007, págs. 22 y 23.

[La editorial Anagrama, con sede en Madrid, ha publicado la traducción al español de este mismo libro, autoría de Jaime Zulaika Goicoechea, con el título Una lectora nada común, en 2008, ISBN 978-84-339-7475-4. Al catalán, Empúries publicó en el mismo año la traducción de Ernest Riera i Arbussà bajo el título Una lectora poc corrent, ISBN 978-84-9787-289-8.]

¿Quod erat demonstrandum?

— Prólogo del traductor, Jacob b. Moisés ¿de Algaba?, a la traducción hebrea del Amadís de Gaula, bajo el título אמאדיש די גאולא : ספר כולל ספורים גדולים ונפלאים כמו ענייני מלחמות וגבורות מאנשי השם ועסקי אהבה ודברי הימים ממלכים גדולים (Amadís de Gaula: libro que contiene grandes y maravillosas historias, tal que materia de guerra y hazañas de hombres famosos y negocios de amor y crónicas de grandes reyes), Estambul («Constantinopla»), imprenta de Soncino, ¿1541?, ejemplar conservado en la Biblioteca Nacional de Israel, Jerusalén.

— Supuesto escudo de armas de la familia Abravanel.