De vós aprenc i desaprenc altern,
dels vostres fulls, de les vostres paraules,

En realidad es una tontería (lo escribo así, como si de verdad no importara, como si de verdad no supiera de sobra que todo lo que sale por aquí es, más o menos, una tontería; como si hubiera que guardar, penoso, las apariencias). El caso es que trasteando, un poco sin rumbo, por el artículo xviii, «Del oficio del sastre» (في صنعة الخياط) de la Gramática arábigo-española, vulgar y literal, con un diccionario arábigo-español, en que se ponen las voces más usuales para una conversación familiar, con el Texto de la Doctrina cristiana en el idioma arábigo de Fray Francisco Cañes («guardián, y cura, que ha sido del Convento de San Juan Baptista en Judéa, y del Colegio de Padres Misioneros Españoles en Tierra Santa, en la Ciudad de Damasco», Madrid, «En la imprenta de don Antonio Pérez de Soto», 1775), me he encontrado (pág. 233) con algo inesperado (una serendipia, supongo):

Y me he dado cuenta del discreto valor de las vocales. En esas letras del término árabe que Cañes hace corresponder con dar un pespunte («ó hacer costuras sutíles»), la dhal (ذال) daal (دال), la raa (راء) y la siin (سين), que forman, reunidas, la raíz d.r.s. (درس), yo he visto uno de los primeros verbos que aprende un estudiante de árabe: ‘estudiar’ (daras[a]). Hasta Battiatto se lo aprendió (ádrusu allúgata alarabíyata; le debe de sonar el árabe tan exótico, por lo escaso, como el siciliano).

He recordado, al punto, un prontuario doctrinal del lingüista avezado que publicó Richard Hudson por primera vez en 1981 («83 things linguists can agree about», Journal of Linguistics, vol. xvii, pág. 179) y que reescribió en 2002, concretamente el epígrafe 3.5c:

To a greater extent than other parts of language structure, meaning may be negotiated by speakers and addressees, e.g. by defining terms or by modifying established meanings to suit special circumstances.

En mayor medida que otros otras partes de la estructura lingüística, el significado puede ser resultado de una negociación entre emisores y receptores, mediante un acuerdo en los términos o un cambio de los significados ya fijados de modo que convenga mejor a una determinada circunstancia.

Cosiendo, cosiendo pedazos de palabras (y justo ahora enhebro esta aguja / con el hilo de un propósito que no digo / y empiezo a remendar), me he acordado de una de esas sorpresas en que consiste aprender idiomas. En este caso, la costura del catalán (en mi caso, del catalán de Valencia):

Als pobles, amunt i avall de la nostra terra, els xiquets i les xiquetes durant dècades anaven a costura de manera irregular, només quan els pares s’ho podien permetre. També se li podia dir anar a estudi, però costura era la paraula generalitzada per al fet escolar.

En los pueblos, arriba y abajo de nuestra tierra, los niños y las niñas fueron a la costura (es decir, a la escuela) durante décadas de manera irregular , solo cuando los padres se lo podían permitir. También podía llamársele anar a estudi (literalmente, «ir al estudio»), pero costura era la palabra generalizada para el hecho escolar.

Emigdi Subirats i Sebastià, «Costura», Diccionari afectiu de la llengua catalana, editado por Maria Folch, República de las Maravillas, 2008-2009.

Recuerdo perfectamente cuando aprendí que la costura, en catalán, era propia de saberes celestiales, milagros de alfabetos (un alfabeto siempre con la llave en la cerradura):

La Mare de Déu
quan era xiqueta
anava a costura
a aprendre de lletra…

La Virgen María, / cuando era pequeña, / iba a la escuela / a aprender las letras...

Aprender lenguas, idiomas, dialectos (es todo lo mismo, ya sabemos: Que no hablan idiomas, sino dialectos) es una continua recaída en la primera condición humana: la perplejidad, la sorpresa, el olvido, la precariedad expresiva. De esa misma canción, mitad villacinco, mitad canción de cuna (yo la he oído usada para ambos fines) recuerdo una versión en la que salía la palabra bocí («trocito», «pedazo pequeño», «cachito»):

En un cistellet
hi duia pometes
i un bocí de pa
també avellanetes

En una cestita / llevaba manzanas / y un trozo de pan / con avellanitas.

y la ocasión (en boca de un siciliano que habla catalán) en que descubrí que bocí, en catalán, podía ser una palabra literaria. Que, de hecho, sonaba a literaria, a mí, que siempre me había sonado a canción de cuna y villacinco. Entendí, al cabo, que aprender una lengua (esa perplejidad, esa sorpresa, ese olvido, esa precariedad expresiva) es precisamente eso: compartir lo inevitable de ternura frágil.

I les paraules, màniga ranglan, batista, entredós, godet, embastar, voraviu, gafet, passar beta. Acabe de descobrir que n’he oblidat moltíssimes (quan les he oblidades?). Són, a més, d’aquelles paraules que no s’aprenen mai quan s’aprén una llengua nova. Recorde la meravella que em semblava el truc per saber si una roba era fibra o cotó, s’encenien uns pocs fils i es passaven els dits per la part cremada, si no feia boletes era cotó.

No entenia perquè la mare de déu, quan era xiqueta, anava a costura a aprendre de lletra, no entenia què tenia a veure la costura amb les lletres.

Y las palabras, manga ranglán, batista, calado (o entredós), godet, hilvanar, orillo, corchete, echar un pespunte. Acabo de descubrir que me he olvidado de muchas (¿cuándo las he olvidado?). Son, ademas, esas palabras que no se aprenden nunca cuando se aprende una lengua nueva. Recuerdo la maravilla que me parecía el truco para saber si una ropa era fibra o algodón. Se quemaban unos pocos hilos y se pasaban los dedos por la parte quemada. Si hacía bolitas, era algodón.

No entendía por qué la Virgen María, cuando era pequeña, iba a costura a aprender las letras. No entendía qué tenía que ver la costura con las letras.

Una lengua, me temo, no resuelve las preguntas esenciales: por qué olvidamos las palabras; por qué, entre las palabras, olvidamos las que estamos seguros que no podemos volver a aprender; por qué iba la Virgen María a costura a aprender las primeras letras; cuál es la relación de la trama y la urdimbre del olvido con el mundo, que está hecho de palabras. Me temo que compartir una lengua, y un modo particularmente eficaz de compartirla es aprender la lengua de los demás, es despeñarse cada día por los barrancos de la ignorancia. Pero despeñarse en compañía de otros, que es siempre mucho más llevadero. Dónde va a parar.

Lo que no resuelve nada, claro está, pero pone por delante los límites del conocimiento, que es fundamentalmente desconocer. Y la primera frase de la tesis, ya saben, quedó fijada hace ya bastante tiempo:

Cette thèse porte sur les limites de l’interprétation.

Estas Esta tesis trata de los límites de la interpretación.

Al final de su Gramática, el padre Cañes incluye, como parte de su doctrina cristiana, una Salve:

Igual que Alfonso de Zamora, al final de su gramática hebrea de 1526, incluye otra, traducida al hebreo:

Lo paradójico (por si faltara) es que, de Cañes, del que no sé casi nada, sospecho el receptor de su Salve en árabe mientras que de Zamora, de quien se supone que sé más que nadie, ignoro la razón misma de la suya, aunque haya quien la sospeche, con desparpajo: saber el para quién del que no hace falta y no tener ni idea del para qué de quien debiera. Siempre he sido, huelga decirlo, muy pánfilo.

Passava el temps vostre vocabulari
i el Maestrat resusscitava, cru,
als mots antics, les lliçons retrobades,
al manament ocult de la garbera.

De usted aprendo y desaprendo alterno, / de sus cuartillas, de las palabras suyas / […] El tiempo dejaba irse con su vocabulario / y, crudo, resucitaba el Maestrazgo, / a palabras antiguas, a lecciones retomadas, / al oculto mandato de la hacina.

«Endreça a J. Garcia i Girona» del Document de Morella, parte del Mural del País Valencià, de Vicent Andrés Estellés.

Actualización: Aparte de las correcciones en el tercer comentario, véase ahora, sobre Francisco Cañes y su relación con Intérprete arábico. Epítome de la gramática arábiga de Bernardino González, esto (además de estotro sobre el editor de la obra del padre González, Ramón Lourido, fallecido hace apenas un año).