Ayer caí en la cuenta de que tenía que haberle hecho notar una cosa a Abú Maadnús cuando estuvo por Madrid este verano (quizá será para la próxima vez). Yo mismo la había olvidado y ayer me la hizo ver Carlos A. Pintos en la «sala de investigadores» de Valdecilla. El manuscrito que ahora lleva por signatura la número 5 de la colección complutense, la traducción latina del targum al Libro de Ester, tiene una raja de un tamaño notable, restaurada (aunque visible, porque la restauración es, como suele ocurrir en Valdecilla, buena) en el cuerpo del texto pero perfectamente distinguible en la encuadernación (¿original?). Este manuscrito es, de los que quedan hechos por Zamora, uno de los más antiguos (ando discutiendo conmigo mismo si hay otro que podría ser más antiguo, por eso me escudo en la probabilidad frente a la improbable certeza). Lleva el colofón firmado el 8 de abril de 1517 y es, por tanto, uno de los pocos manuscritos del converso zamorano que pudo llegar a ver escritos su «Santo Amo», el Cardenal Cisneros, que murió el 8 de noviembre de ese mismo año de 1517. Más o menos perdido durante la Guerra Civil, fue más o menos encontrado por Luis Díez Merino en los años 80, si es que cualquier cosa que encuentre Díez Merino no es en realidad un disimulado acicate para seguir buscando.
Lo que ayer me hizo notar Carlos en Valdecilla fue que el rajón del manuscrito es producto de un bayonetazo. Y eso es lo que querría haber dicho a Abú Maadnús este verano: los pasadizos espectrales del tiempo, en los que se interna demasiado a menudo cualquier investigación consciente sobre Alfonso de Zamora y su libros, distan mucho de ser una metáfora. Es algo más parecido a un bayonetazo en una guerra civil. Sin la más mínima lírica.
Así, en Leiden, tuve por fin ocasión de leer (bueno, meldar) un librito de poca factura y mucha substancia, Die Sprachwissenschaft des Josef Ibn Kaspi, que fue la tesis doctoral de Bruno Finkelscherer, publicada en Gotinga en 1930. A mí me interesa muy limitadamente, solo por algunas referencias al manuscrito Or[ientale], n.º 60 de la Angelica de Roma. Finkelscherer («a marvel of quiet dignitiy and resigned cheerfulness») acabó siendo el rabino comunitario de Múnich. Luego fue deportado a un campo de exterminio.
Bruno Finkelscherer gilt als im Vernichtungslager Auschwitz verschollen. Más concretamente, el 5 de abril de 1943.
Viene todo esto (o no) a cuenta del último post de Folio Complutense, el blog de la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense, publicado en el piso de abajo (me supongo) de la calle del Noviciado, esquina con San Bernardo, mientras yo estaba en el piso de arriba. No es tampoco nada nuevo: ya sabíamos que los libros de la Complutense tienen heridas que no son metáforas (o sí), que los libros de las bibliotecas forman magníficos parapetos, que lo más inmediato que ocurre cuando un libro salva una vida (y no al revés) es darse de bruces, y que los manuscritos, que es una forma esencialmente trágica de enfrentarse al ruido de la Historia, no han cesado de escribirse ni siquiera en el siglo xx:
Mi querido primo desearia que si al lle
gar esta en tu poder de[s]frutases de un buen estado
de saluz como yo para mi lo deseo. Salud
primo comprendo que dirás que e tardado
bastante en escribirte pero te ago de saber
que no e podido escribirte antes porque no e podido,
que emos estado muy ocupados de manera
que recuerdos para todos tus amigos y
tu recibes el cariño de este que solo es te
quiere y no te olvida y lo es
Frente de Fisolofía [sic] y Letras
Batallón de Comuneros
Compañía de Ametralla
dora Madrid
Firma uno, que se mueran
todos los fascistas Salud
Imagínense cómo será de trágica esta historia manuscrita que no puedo disimular mi vergüenza cuando tengo que atenazar el irredento Fisolofía de esta carta anónima, apenas esbozada en uno de los fondos que hoy custodia Valdecilla, con un sic tan filológicamente necesario como moralmente reprobable. Marta Torres Santo Domingo y Mercedes Cabello, con criterio más compasivo que el mío, lo dejaron sin notar. A veces la Filología es una ciencia decididamente inmoral.
diciembre 10, 2010 at 3:01 pm
Antígona sin salir de la Biblioteca.
diciembre 10, 2010 at 3:13 pm
Como si dijéramos.
(Per cert, la del Ladrón de tinta parla català. Occidental, diria jo. Ja no pot tindre u intimitat lingüística en esta ciutat).
diciembre 10, 2010 at 6:21 pm
A veces, cuando buena, la filologia és una de las ciencias mas dignas possibles….
Velles paraules que tant necessitem!
diciembre 11, 2010 at 9:23 pm
… cuando buena, sí.
diciembre 16, 2010 at 3:09 pm
Hola, Jordi, y bienvenido por aquí. La tentación de querer corregir el fisolofía del miliciano anónimo, que es lo que prescribiría la impedimenta filológica, es lo que habría que hacer porque es lo que se prescribe, y por ahí iba mi lamento, a lo Antígona, que ya ha explicado Alexandre mejor que yo (como suele) lo que quería decir.
Hablar de la mala filología (como apunta Ángel) es cívicamente útil y cientifícamente superfluo, aunque no inane, así que, volviendo a Sófocles, me temo que el papel del investigador no va mucho más allá de ser un Tiresias, mal que les pese a muchos. Incluso a mí, no pocas veces, pero es lo que hay, sospecho. Los Creontes que he conocido son reacios a cambiar de política porque justificadamente opinan, implícita o explícitamente, que se les caería encima el chiringuito.
febrero 4, 2011 at 10:39 am
Querido Perure Alfonso, gracias por leernos, por reflexionar sobre nuestra historia (la nuestra es la tuya, es la de todos) y por la corrección filológica, que no es inmoral, simplemente es filológica. Nuestro miliciano asistiría al debate asombrado. Abrazos desde la BH, donde te esperamos
May 3, 2011 at 11:51 pm
Un día, Marta, tendríamos que hablar en este casa hecha de aire de los Perure Alfonso de vuestra casa hecha por libros. No ando falto de ganas.