‘Chi lo sa’, dissi io, ‘è difficile saperlo, questo non lo so neppure io che scrivo. Forse cerca un passato, una risposta a qualcosa. Forse vorrebbe afferrare qualcosa che un tempo gli sfuggì. In qualche modo sta cercando se stesso. Voglio dire, è come se cercasse se stesso, cercando me: nei libri succede spesso così, è letteratura’. Feci una pausa come se fosse un momento cruciale e dissi confidenzialmente: ‘sa, in realtà ci sono anche due donne’.
«Quién sabe», dije yo, «es difícil saberlo; ni yo, que soy el que escribo, lo sabe. Tal vez busca un passado, una respuesta a algo. Tal vez querría amarrar algo que se le escapó antaño. De alguna manera está buscándose a sí mismo. Quiero decir que es como si, al buscarme, se buscase a sí mismo: en los libros suele pasar así, es literatura». Hice una pausa como si fuese un momento crucial y dije confidencialmente: «sabe, en realidad hay dos mujeres».
Antonio Tabucchi, Notturno indiano, Palermo, Sellerio, 1984.
…
Cuando me preguntaron si, en árabe, ‘chufa’ se decía habbhaziz, yo no supe más que aplicar la pedantería primera de los lingüistas presuntos (o sea, de «jamón de lingüista», si anduviéramos en Portugal): decir que lo primero era separar en dos, substantivo y adjetivo, ḥabb y ʕazīz; que ambos congéneres, tomado de uno y en uno y con la ignorancia que es lo único que proporciona el conocimiento literal, significan «grano; fruto; semilla» y «querido; amado; estimado; preciado; precioso» (y «abuelito», habría que haber añadido, pero no caí), respectivamente y que, al menos ḥabb, había dado en las lenguas romances (despeñado yo en desenfrenada caída por los barrancos de la pedantería) los siguientes arabismos certeros: ababol, abalgar, abarraz, abelmeluco, abelmosco, aba, haba, y de la encarnación andrógina de ḥabb, la forma batafalúa; y los siguientes arabismos supuestos: alboquerón y aleli.
Pero que de todos (se lo diría el aragonés postizo del que ejerzo a menudo), el arabismo más importante es ‘ababol’ (primera acepción).
El caso es que no supe decirle (y sigo sin saberlo) si ‘chufa’ en árabe (¿en qué árabe? ¿El fetén «encantador»? ¿El chaucháu de batanero tunecino que una vez llegué a balbucear?) se dice ḥabbu ‘lʕazīz (¿alḥabbu ‘lʕazīz?) y sigo sin saberlo. Me da por releer a Federico Corriente (debería moderarme el vicio), cuyo director de tesis fue Federico Pérez Castro:
Aprender bien el árabe, o sea, leerlo, escribirlo y hablarlo, requisito básico, si bien no único, del arabismo, aunque a algunos pese, era algo imposible, imprevisto y hasta indeseado en las universidades españolas de 1958 y años inmediatamente sucesivos, tanto por la falta de esas obras básicas de gramática y lexicografía, como por la misma actitud del profesorado de entonces, no pocas veces meritorio en grado sumo, pero demasiado anclado en la tradición y empeñado en objetivos filológicos que, en la visión del momento, no pasaban por ahí, ni aspiraban sino a traducir, como mucho, y de muy tarde en tarde editar textos, como si eso fuera razonablemente hacedero sin ‘sens de langue’ [«sentido de lengua»], que sólo puede ser engendrado por la internalización completa del sistema lingüístico y práctica subsiguiente. Esa situación no cambió pronto, ni radicalmente, como hubiera sido lo mejor para todos, es más, no lo ha hecho aún del todo en tal vez la mayoría de esas instituciones, pero, al menos, todos saben ya, aunque obligue a molestos ajustes, que el cambio es necesario, muchos lo están intentando, menos impidiéndolo y algunos, consiguiéndolo, y encuentran los medios para ello, incluidos aquellos libros pioneros que, aunque sólo fuera porque contribuyeron a concienciar de lo obvio, creemos valió la pena componer. […]
Y no nos arredramos ante cierta hostilidad que no ignorábamos provocaríamos, que llegó y que asumimos, como consecuencia de una opción moral y profesional. Por supuesto se nos ladró, pero siempre cabalgamos a alguna distancia por delante del posible mordisco rastrero, tal vez por no haber sentido nunca la tentación de pararnos y revolvernos para ahuyentar halitosos caminos y empolvoradas fauces.
Y la cosa es que, en siciliano, babbagigi son las chufas y que, de esos babbagigi, vendrían los cabbassissi, que tanto se usa en las novelas de Camilleri (me dicen) y que tanto valen como los «¡cojones!» de mi pueblo por mucho que haya quien quiera disimularlo con los «¡caracoles!» o el «¡caramba!» de tebeos de Tintín.
Poca cosa somos los filólogos. Bueno, algunos somos más poca cosa que otros, claro. En Valencia hasta les ponían bombas. Eran otros tiempos, claro.
septiembre 22, 2009 at 7:19 pm
Vaya, estaba yo pensándome un post al respecto, con chufas, amigos que saben árabe, años nuevos judíos y cojones de Montalbano, si al final lo escribo te citaré in extenso…
septiembre 22, 2009 at 7:20 pm
No, mujer, guárdame el anonimato, no me vayan a encontrar.
Y los santos, ¿qué? ¿Eh? De lo mejor del patrimonio de la République Française: italiano, árabe y francés. Ahí es nada.
septiembre 22, 2009 at 7:48 pm
Si mi árabe te sirve, sí, chufa se dice tanto حب عزيز como حب العزيز (tanto en el fetén como en el magrebí):
http://www.khayma.com/hawaj/azaiz.htm
Y lo mismo en maltés (ħabb għażiż).
septiembre 23, 2009 at 4:21 pm
A mí me sirve perfectamente, Antonio. Muchas gracias.
septiembre 26, 2009 at 6:39 pm
Por cierto, ¿cuál es la referencia de la cita de Corriente?
septiembre 26, 2009 at 6:41 pm
Diccionario de arabismos y voces afines &c., Madrid, Gredos, 2003, 2ª edición corregida, ‘Prefacio’, pág. 11.
septiembre 26, 2009 at 7:07 pm
Muchas gracias, don Jesús. Es lo mismo que aparece en la de 1999.
septiembre 26, 2009 at 7:09 pm
Debía de tener ya el hombre un cierto spleen con sus colegas.
septiembre 26, 2009 at 8:07 pm
Cincuenta y un años en el arabismo: cómo para no tener esplín. No llego yo a los veinte y me subo por las paredes…
septiembre 28, 2009 at 2:20 pm
Marieta: «batafaluga: Planta de la família de les umbel·líferes que rep el nom científic de Pimpinella anisum. Els seus fruits és allò que els valencians anomenem llavoretes de batafaluga o simplement llavoretes i que formen part de la fórmula tradicional de les rosquilletes. Cal aclarir que la denominació llavoretes és inapropiada, ja que els granets que anomenem així són els fruits de la planta i no les llavors. La batafaluga és una planta medicinal que té propietats molt interessants: diürètica, estomacal, expectorant, espasmolítica, galactògena i, sobretot, carminativa. Les infusions de batafaluga són ben conegudes i molt apreciades pels valencians, que som un poble amant de les tassetes. Amb els fruits d’aquesta planta s’elabora l’anís, licor molt popular entre nosaltres.
El vocable batafaluga és d’origen àrab i significa ‘el gra dolç’. El citat vocable ha sofert una alteració i s’ha transformat en matafaluga, que és la variant formal avui emprada per la majoria dels valencians. He de dir, no obstant això, que a Alcoi sempre he sentit dir batafaluga, que és la forma més antiga i que allí es conserva ben viva»; Eugeni S. Reig, Les nostres paraules, València, Acadèmia Valenciana de la Llengua, 2008, sub voce. Posats a fer arabismes bonicos…
septiembre 28, 2009 at 2:41 pm
açò es complica…, notícies d’Homer?
septiembre 29, 2009 at 3:14 pm
Thank you. Hand your health…